En su carta sobre san José, Patris corde (8-XII-2020), con la que convoca un “Año de san José” hasta el 8 de diciembre de 2021, Francisco dice que su objetivo es “que crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes”.
Para ello comienza el Papa explicando qué tipo de padre fue san José y la misión que Dios le confió. San José no fue lo que hoy llamaríamos “padre biológico” de Jesús, sino solo su “padre legal”. Sin embargo, él vivió la paternidad sobre Jesús y el ser esposo de María de manera eminente. Así lo han considerado muchos santos desde san Ireneo y san Agustín, pasando por diversos doctores de la Iglesia entre los que destaca el caso de santa Teresa de Ávila, hasta san Josemaría y san Juan Pablo II.
Leyendo y meditando la carta de Francisco, se puede llegar a redescubrir cómo san José es no solo custodio de la Iglesia, sino también de la humanidad, particularmente de su parte más frágil, aquellos miembros más necesitados. En todo caso se trata de un santo importante. Más aún, como escribe Francisco, “después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo”.
¿Por qué ahora esta carta? Francisco señala que, junto con la circunstancia del 150 aniversario de la declaración de san José como patrono de la Iglesia universal, hay una razón “personal”: hablar de aquello que llena su corazón (cf. Mt 12, 34). Además confiesa en la introducción: “Este deseo ha crecido durante estos meses de pandemia”. Así vamos conociendo algunos pensamientos y procesos espirituales que han tenido lugar en el corazón del Papa durante la pandemia (vid. más extensamente el libro Soñemos juntos: el camino a un futuro mejor. Conversaciones con Austen Ivereigh, Plaza & Janés, Madrid 2020).
Concretamente el Papa, como ha hecho en diversas ocasiones, subraya y agradece el testimonio de tantas “personas comunes –corrientemente olvidadas– que (…) están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”; porque trabajan, infunden esperanza y rezan, casi siempre de modo discreto, pero sujetándonos a todos.
A todos ellos y a nosotros nos propone el ejemplo y la ayuda de san José: “Todos pueden encontrar en san José –el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta– un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud”.
En su carta, Francisco le dedica a san José siete epígrafes en forma de “títulos”, que podrían equivaler a siete oraciones de una pequeña “letanía del padre”: Padre amado, en la ternura, en la obediencia, en la acogida, en la valentía creativa, en el trabajo, siempre en la sombra.
Junto a las “raíces” históricas y bíblicas de san José (cf. Gn 41, 55; 2 Sam 7, Mt 1, 16.20), padre amado, y los fundamentos de su identidad y de su veneración por parte nuestra (su vínculo con la encarnación del Hijo de Dios y su papel de padre legal de Jesús y esposo de María), en la carta van apareciendo grandes temas del magisterio de Francisco, con acentos y expresiones propias.
Padre en la ternura, la obediencia y la acogida
“Jesús vio la ternura de Dios en José” (n. 2), cosa que entra en lo que cabe esperar de todo buen padre (cf. Sal 110, 13). José enseñó a Jesús, mientras le protegía en su debilidad de niño, a “ver” a Dios y a dirigirse a Él en la oración. También para nosotros “es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura” (Ibid.). Ahí Dios nos acoge y nos abraza, nos sostiene y nos perdona. José también “nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca” (Ibid.).
De un modo parecido al de María, José también pronunció su “fiat” (hágase) al plan de Dios. Fue obediente a lo que Dios le pedía, aunque esto se manifestara en sueños. Y además, lo que parece asombroso, “enseñó” la obediencia a Jesús. “En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre” (n. 3). Y ello, pasando por la pasión y la cruz (cf. Jn 4, 34; Flp 2, 8; Hb 5, 8).
Como escribió san Juan Pablo II en su exhortación Redemptoris custos (1989), sobre san José, “José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente ‘ministro de la salvación’”.
Todo ello pasó por la “acogida”, por parte de José, de María y del plan de Dios sobre ella. José asumió ese plan, para él misterioso, con responsabilidad personal, sin buscar soluciones fáciles. Y estos acontecimientos configuraron su vida interior. De modo que “la vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge” (n. 4).
Padre en su “valentía creativa”
Aunque esos planes de Dios sobrepasan las expectativas de José, él no se resigna pasivamente, sino que actúa con fortaleza. Y así nos da ejemplo y nos apoya a la hora de acoger con “valentía creativa” nuestra vida tal como es, también con su parte contradictoria, inesperada e incluso decepcionante. Luego dirá san Pablo que “todo contribuye al bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28).
Es fácil suponer que estos –los que aman verdaderamente a Dios– son los mismos que traducen ese amor en el interés por los demás. De hecho escribe Francisco, dando otro toque muy personal: “Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32)” (Ibid.).
Señala el Papa que acoger lo que no hemos elegido en nuestra vida, y actuar con valentía creativa, son ocasiones de las que Dios se sirve para sacar “a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener” (n. 5). Concretamente, José “sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia”.
¿Cómo respondió Dios a esta confianza de José? Pues precisamente confiando a su vez en José –como puede suceder con nosotros–, en lo que él podía planear, inventar, encontrar. Así –cabría deducir por nuestra parte– es siempre la misión cristiana: una oferta de confianza de Dios que pide la nuestra para hacer cosas grandes.
Y así como fue custodio de Jesús y de su madre María, “san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 963-970). En efecto, y esta carta podría haberse llamado “custodio de la Iglesia”. También Francisco, de manera original, nos anima a percibir que cuando cuidamos de la Iglesia, estamos cuidando de Jesús y de María. Recuérdese la función de “custodiar y servir” que el Papa atribuyó a san José en su homilía en la misa de inicio del ministerio petrino (19-III-2013).
Y no solo eso, sino que, coherentemente, los más necesitados son, por voluntad de Jesús (cf. Mt 25, 40), también ese “Niño” que José sigue cuidando: “Cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son ‘el Niño’ que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos” (Patris corde, n. 5).
Es bien interesante esta profundización en san José como custodio de la Iglesia en y a través (aunque no exclusivamente) de los más pobres, sugiriendo también nada menos que María se identifica con ellos. Esto no es extraño, cabe pensar, puesto que ella es madre de misericordia y esposa de Cristo que se identifica con todo lo que a él le afecta y le importa. “De José –propone el Papa– debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre”.
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