Es la confesión que hace el Evangelio de Mateo. Decía Unamuno que «nos morimos de frío, no de oscuridad,ya que. La noche no mata, mata el frío». No deben ‘matarnos’ los problemas, las dificultades. Hemos de ser ‘luz’. Mata la falta de calor, de fraternidad, de amistad entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Esta carencia nos anula como personas. El diálogo de la amistad ha de volcarse en fraternidad si no queremos que nuestras palabras sean estériles. Sin calor no hay luz. Y para que haya calor cristiano y dominicano será preciso lograr entre todos una vida más fraterna. Santo Domingo da mucha importancia al valor de la familia y de la comunidad. En la familia y en la comunidad nos percibimos como necesitados y dependientes los unos de los otros. Este gesto de humildad y de sana y equilibrada dependencia nos hace ser luz en el mundo. En la experiencia de verme necesitado, no autosuficiente, y en la experiencia de percibir que los otros también requieren de mi ayuda encuentro respuesta a lo que estoy haciendo con mi vida.
La predicación cristiana, dominicana, alcance aquí su mayor valor y su mejor aportación al mundo y a la Iglesia, al poner de manifiesto el esfuerzo de buscar con humildad la verdad de Dios y de los hombres y mujeres de cada tiempo y no en convencer por la imposición de la fuerza o la intimidación. He aquí el mensaje de la fraternidad evangélica: la verdad buscada se encuentra en la amistad íntima con Dios; en el valor de la Palabra, sentida y proclamada, cuando ésta no se proclama al margen de los demás, sino que los dignifica porque los tiene en cuenta; y, en la calidad humana de las relaciones interpersonales, entre grupos diferentes de personas, porque ahí surge la luz y la sal evangélicas; calor humano y sazón fraterna para iluminar el camino de la propia vida y la de los demás.
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