“Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”. Estas palabras nos sitúan en el largo peregrinaje de las gentes de Israel, liberadas por Dios de la esclavitud de Egipto. Moisés no se limitaba a asperjar a sus hermanos con la sangre de las víctimas ofrecidas en sacrificio al Señor. Les exponía el significado del rito (Éx 24,8).
Dios hacía con aquellos peregrinos una alianza de pertenencia y protección, sellada con la sangre de las víctimas que ellos le ofrecían. Él se comprometía a compartir con ellos la vida que la sangre significaba. Y ese signo los comprometía a ellos a ser fieles a la alianza que Dios les proponía. Él los había puesto en el camino de la libertad. A ellos les correspondía ahora seguirlo con gratitud y responsabilidad.
Nosotros respondemos a ese mensaje, proclamando gozosamente una promesa: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor” (Sal 115). Según la carta a los Hebreos, no somos salvados por la sangre de los machos cabríos que Israel derramaba en honor de Dios. Es la sangre de Cristo la que nos consigue la liberación eterna (Heb 9,11-15).
PAN PARTIDO Y COMPARTIDO
El evangelio según Marcos nos sitúa hoy en el contexto de la cena que Jesús celebra con sus discípulos la misma tarde de su prendimiento. Las gentes de su pueblo sacrificaban en el templo los corderos de la Pascua y agradecían una vez más la liberación que Dios había concedido a sus antepasados. Jesús, por su parte, estaba celebrando ya su propia Pascua.
De hecho, tomando el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo distribuyó entre sus discípulos, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. El pan partido y compartido era un gesto muy expresivo. Con él, Jesús les hacía ver que entregaba real y definitivamente su propia vida para la salvación de los que creyeran en él.
Sin embargo, este no era un gesto episódico y casual. Los discípulos habían de repetirlo en el futuro. Pero el signo tenía que ser acompañado por la vivencia de su significado. El pan entregado a los demás había de convertirse en el signo sacramental de su entrega personal. Tendría que ser el gesto memorial del amor del Señor.
UNA VIDA QUE PERVIVE
Tras haberles dado el pan, Jesús hizo lo mismo con una copa de vino. Pronunció la acción de gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, para que bebieran de ella. Las palabras del Maestro evocaban las antiguas palabras que Moisés había dirigido a su pueblo:
• “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Se hacía presente el sacrificio de los corderos y cabritos ofrecidos al Señor. Como recordando las palabras de Juan el Bautista, Jesús se presentaba como el nuevo Cordero de la Pascua. Con su sangre Dios renovaba su alianza y la ofrecía a todas las gentes.
• “No volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Hay un tono de nostalgia en las palabras con las que Jesús anuncia que ya no beberá el vino de la tierra. Pero más importante que la nostalgia es la profecía. Mientras pasan la copa, Jesús anuncia a sus discípulos la novedad del convite fraterno en el Reino de Dios.
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