Hacia el siglo XII, se advierte el desarrollo de un deseo de devoción más acentuada a la Eucaristía bajo una forma muy particular que, sin olvidar que la Eucaristía es sacrificio, es especialmente sensible a la presencia real, y se muestra muy atenta a la majestuosa gloria de la que hay que rodearla en la adoración.
Esta devoción al Santísimo Sacramento tiene su origen especialmente en Bélgica
Hasta entonces, si bien es cierto que la Reserva eucarística siempre estuvo rodeada de respeto, no puede decirse, sin embargo, que la Iglesia latina aventajara a las Iglesias orientales en tributarle un culto especial. El nacimiento de este otro culto solemne tiene unas motivaciones complejas.
Estas motivaciones van desde los motivos canónicos quizás, pasando por necesidades de carácter apologético, hasta llegar a cierta mística que dará origen incluso a Congregaciones religiosas dedicadas al culto y a la adoración del Santísimo Sacramento.
Motivos canónicos
La disciplina de la penitencia seguía siendo muy severa, y muchos cristianos no podían fácilmente acercarse a la Eucaristía y comulgar.
En el mismo momento, nace el deseo de contemplar la hostia hasta el punto de que, en algunas regiones, van los fieles de iglesia en iglesia sólo con el afán de llegar para el momento de la elevación. Para algunos pecadores, ver la hostia era la única manera que tenían de participar en ]a celebración eucarística.
Necesidades apologéticas
Se trata de defender frente a algunas dudas la realidad de la presencia de Cristo en la Eucaristía; en aquellos siglos se realizan varios milagros de sagradas formas que sangran, tanto en Bélgica como en Italia y en otras partes.
Desarrollos teológicos
Si es evidente que la misa ha sido siempre considerada como sacrificio, su carácter de comida sacrificial se encuentra muy desdibujado, y se piensa más en la majestuosa bajada de la Divinidad al altar. De ahí ciertas celebraciones pletóricas de reverencia, la majestad de los altares cada vez más monumentales y los ritos que van adquiriendo amplitud.
En Bélgica, una monja de Mont Cornillon, cerca de Lieja, Juliana de Retine, priora del monasterio (1193-1258), revela las visiones que ha tenido, la primera de ellas en 1208. Vio un disco lunar rodeado de rayos de luz de resplandeciente candor; en uno de los lados, sin embargo, se apreciaba una superficie oscura que deformaba el disco.
El Señor explicó a Juliana que se trataba de la Iglesia, a la que todavía le faltaba una solemnidad en honor del Santísimo Sacramento. Se introdujo la fiesta en Lieja en 1246, el jueves dentro de la octava de la Trinidad.
Un confidente de Juliana de Cornillon, arcediano de Lieja, Jacques Pantaleón de Troyes, llegado más tarde al sumo pontificado con el nombre de Urbano IV, acabó extendiendo a toda la Iglesia la celebración de la fiesta del Corpus Christi, movido por un milagro acaecido en Orvieto (Italia) hallándose él en Bolsena, muy cerca de dicho lugar:
Un sacerdote que sentía dudas acerca de la presencia real, había visto una hostia convertirse en carne sangrante que había manchado todo el corporal, conservado en Orvieto.
En la bula que establecía la fiesta no se prescribía la procesión en honor del Santísimo Sacramento; esta nació luego espontáneamente y se extendió con gran rapidez.
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BENEDICTO XVI, Audiencia general, 17 de noviembre de 2010
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