“Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. Enviado por la voz que le había hablado desde lo alto, Pedro llegó proclamando esta convicción ante el centurión Cornelio (Hch 10,25-48).
Este galileo, pescador en el lago de Tiberíades y seguidor de Jesús de Nazaret, comprendía ahora que era enviado como testigo del evangelio de la gracia hasta la casa de un pagano. Con el salmo responsorial, también nosotros nos sentimos invitados a proclamar que “el Señor revela a las naciones su salvación” (Sal 97).
Sin embargo, nos cuesta reconocer la dimensión universal de la salvación. Tenemos que superar exclusivismos y prejuicios, nacionalismos y otras formas de afirmar nuestros pretendidos privilegios. Tenemos que aprender que “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,7-8).
TESTAMENTO Y HERENCIA
Esa superación de nuestros egoísmos ha de ser fruto del amor universal, al que nos invita Jesús. Pues bien, a ese amor de amplios horizontes se refiere la palabra del Señor en el evangelio de este domingo sexto de Pascua (Jn 15,9-17).
• En primer lugar, Jesús revela a sus discípulos el amor que le une a su Padre celestial. Un amor que él desea comunicarles. El amor de su Padre no es un privilegio exclusivo para él solo. Por Jesús llega hasta cada uno de nosotros ese amor del Padre celestial.
• Bien sabemos que el amor es a la vez un don y una tarea: una gracia y una responsabilidad, un regalo gratuito y un mandamiento. Ese es el testamento y la herencia de Jesús. Permanece en el amor de Dios quien transmite ese amor a los demás.
• Por otra parte, el amor no es solo un sentimiento pasajero. Es un compromiso. Pero ese compromiso no es un castigo o una condena. ¡Al contrario! El amor es una liberación. Es la clave de nuestra realización personal y la fuente de la alegría.
AMIGO Y MAESTRO
Con todo, “no es oro todo lo que reluce”. Es preciso aprender a distinguir el amor verdadero de los falsos amores. Jesús nos ha dado la clave para realizar ese discernimiento: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
• El amor más grande no es el que queda prendido en las notas de una canción o en las imágenes de un mensaje enviado a los amigos. Es verdad que el amor verdadero no desprecia las palabras, pero se manifiesta sobre todo en las obras.
• El amor más grande tampoco puede confundirse con una ayuda puntual y pasajera con motivo de una catástrofe más o menos lejana. El amor verdadero se expresa en el don más precioso que se puede ofrecer a los que se ama: el tiempo.
• El amor más grande no se limita a regalar a la persona amada algunas cosas, más o menos brillantes, más o menos preciosas. El amor verdadero se expresa en la entrega generosa de la vida, como hizo Jesús.
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