Las increíbles conversiónes de 3.000 personas el día de Pentecostés, después del primer sermón de san Pedro, se celebra como el comienzo de la Iglesia.
En la Biblia, el Espíritu Santo (ruaj en hebreo, pneuma en griego) se asocia regularmente con el poder de Dios. Íntimamente ligado al Padre y al Hijo, participa en la creación del mundo y hace fértil todo lo creado.
Dado al pueblo de Dios el día de Pentecostés, entró en el interior de las personas para guiar sus vidas y transformar su ser interior.
Que juzgue el lector mismo. Entre la Resurrección de Jesús y Pentecostés no hubo conversiones. En el día de Pentecostés, en cambio, hubo 3.000 conversos de golpe.
Este episodio subraya el poder de la acción del Espíritu en el creyente, el poder de su efusión, descrito por los Apóstoles como lenguas de fuego:
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”. (Hechos 2,1-4).
Un sermón fulminante
Pedro asumió el papel de jefe de la Iglesia que Jesús le había dado. De pie junto a los once Apóstoles, expresó en voz fuerte y segura:
“Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido”. Y más adelante: “Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza…”.
Pedro estaba dando su primer sermón. Un sermón que sonó como un trueno, ¡la Iglesia ha nacido! La multitud estaba conmocionada.
Una conmoción debida probablemente a los mismos discípulos de Jesús, todos repletos de ese Espíritu, como “ebrios” de alegría, procedentes de todas las naciones, que empezaron a “hablar en distintas lenguas” sobre “las maravillas de Dios”.
Los Apóstoles les aseguraron cosas extraordinarias: que quien recibiera a Cristo se “llenará de gozo” por su presencia; que “todos los hombres” pueden recibir el Espíritu; que al derramar su Espíritu, Dios hará “prodigios arriba, en el cielo, y signos abajo, en la tierra”, y que “todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”.
Empezaron a “reunirse asiduamente”
Las promesas y el testimonio de Pedro maravillaron a quienes le escucharon. Los oyentes se “conmovieron profundamente”, describen los Apóstoles.
Solo quedaba un paso más para su conversión. Preguntaron a Pedro y a los otros Apóstoles: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”.
Y Pedro les respondió con claridad:
“Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. (…) Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil”, relata el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Y así empezaron a reunirse “asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”.
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