Los cristianos en el Credo profesamos la fe en el Espíritu Santo, que es Dios, «Señor y dador de vida». Él es la fuente inagotable de la vida divina en nosotros. Él es «el agua viva» que Jesús prometió a la Samaritana para saciar para siempre la sed, para colmar los anhelos más profundos y más altos del corazón humano. Porque Jesús ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10)
¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo que es una de las tres personas de la Santísima Trinidad. Procede del Padre y del Hijo. Cristo lo ha derramado en nuestro corazón, para hacernos hijos de Dios y para que nuestra vida sea guiada, animada y alimentada por él.
Esto es precisamente lo que entendemos al decir que el cristiano es un hombre espiritual: una persona que piensa y actúa siguiendo al Espíritu Santo que es su inspiración.
Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que las personas de la Santisima Trinidad son distintas pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. Catecismo de la Iglesia Católica 687-689
Su venida
Lo narra san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, en los capítulos 1 y 2. Antes de la Ascensión, Jesús había mandado a los discípulos “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, -les dijo- pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Cuando haya venido sobre vosotros, seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra”.
Unos días después, sigue narrando san Lucas, «cuando estaban todos juntos, de repente, vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y se llenaron todos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas”.
En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad y a partir de ese momento el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él.
Su misión
Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta después de su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Lo sugiere también a Nicodemo, a la Samaritana y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos.
A sus discípulos les habla de él abiertamente apropósito de la oración: lo recoge san Lucas en el versículo 11 de su Evangelio: «Si vosotros que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan”.
Y cuando les explica el testimonio que tendrán que dar dice: «Cuando seáis arrestados, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni cómo habéis de hablar. Llegado ese momento, se os comunicará lo que tengáis que decir. Pues no series vosotros los que hablareis, sino el Espíritu del Padre el que hablará por vosotros”. Catecismo de la Iglesia Católica 689-690
El Paráclito que es Dios mismo que se entrega a nosotros para hacernos partícipes de su naturaleza divina. Actúa en nosotros dándonos consolación interior, que podemos experimentar como aumento de fe, esperanza, caridad, paz o alegría que nos atrae hacia Él.
«Nadie puede decir: ‘¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo», dice san Pablo en la Epístola a los Corintios. Y en la Epístola a los Gálatas: «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!».
El Espíritu Santo y la Virgen María
Él preparó a María con su gracia. María, «llena de gracia» la Madre de Aquel en quien «reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente».
En María la Divina Gracias realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.
En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres «objeto del amor benevolente de Dios». Catecismo de la Iglesia Católica 721-726
El Espíritu Santo en la vida del cristiano
El conocimiento de fe no es posible sino en la Divina Gracia. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por la Divina Gracia. Él, con la Trinidad Beatísima viene a inhabitar en el alma por el sacramento del Bautismo. El Espíritu Santo con su gracia es el «primero» que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que supone conocer al único Dios verdadero, y a su enviado, Jesucristo. Catecismo de la Iglesia Católica 737-742
No se puede vivir una vida cristiana sin la Divina Gracia, pues es nuestro compañero y protagonista de nuestras vidas, aseguró el Papa Francisco durante la homilía en la capilla de la Casa de Santa Marta.
“No se puede caminar en una vida cristiana sin el Espíritu Santo”, ha señalado el Papa Francisco, y ha añadido que pidamos al Señor la gracia de entender dicho mensaje, porque “Él es nuestro compañero en el camino”.
El Santo Padre explica que sin el Espíritu Santo que es la fuerza no podemos hacer nada: el Espíritu “nos hace resucitar de nuestros límites, de nuestros muertos, porque tenemos tantas, tantas necrosis en nuestra vida, en nuestra alma”. Por tanto es necesario que los cristianos le hagamos un sitio en nuestra existencia.
Además, el Papa subrayó que una vida cristiana que no reserva espacio para el Espíritu Santo ni se deja guiar por Él “es una vida pagana, disfrazada de cristiana. Él es el protagonista de la vida cristiana, el Espíritu que está con nosotros, nos acompaña, nos transforma, nos vence”.
Francisco ha hecho un llamo en Santa Marta para que todos los católicos seamos conscientes “de que no podemos ser cristianos sin caminar con el Espíritu Santo, sin actuar con Él, sin dejar que Él sea el protagonista de nuestras vidas”.
Los símbolos del Espíritu Santo en la Iglesia
El agua del Bautismo significa la acción del la Divina Gracias en el alma.
El fuego porque en forma de lenguas «como de fuego» se posó el Espíritu sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de El.
La Paloma porque cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre Él.
Invocación al Espíritu Santo
El término «Espíritu» traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento.
Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el «Paráclito» que se traduce habitualmente por «Consolador». También lo llama «Espíritu de Verdad».
San Pablo se refiere a Él como el Espíritu de la promesa, el Espíritu de adopción, el Espíritu de Cristo, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios, y en San Pedro, el Espíritu de gloria.
Por otra parte, la iglesia considera Espíritu y Santo como atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Paráclito, sin equívoco posible con los demás. El misterio de la cruz de Cristo y con ello el sentido cristiano del sufrimiento, se iluminan al considerar que es el Espíritu Santo el que nos une en el Cuerpo místico (la Iglesia)
En 1971 San Josemaría compuso la invocación a la Divina Gracia, que después se ha renovado cada año en todos los centros del Opus Dei en la solemnidad de Pentecostés.
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles,
y enciende en ellos el fuego de tu amor.Envía tu Espíritu Creador
y renueva la faz de la tierra.Oh Dios,
que has iluminado los corazones de tus hijos
con la luz del Espíritu Santo;
haznos dóciles a sus inspiraciones
para gustar siempre el bien
y gozar de su consuelo.Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
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