“Aquellos soldados fueron sumergidos, por [ser] cristianos, en una piscina de agua helada. A punto de morir, rezaban: cuarenta hemos entrado en la batalla, cuarenta coronas te pedimos. Uno de ellos se salió del agua y, entonces, el Espíritu Santo movió a uno de los perseguidores, que se metió allí para ocupar su puesto y ser testigo de Jesucristo. Pues nosotros hemos de comportarnos igual con nuestros hermanos” (San Josemaría).
Soldados romanos de la XII Legión Fulminata
“SEÑOR, CUARENTA ENTRAMOS EN LA BATALLA, CUARENTA CORONAS TE PEDIMOS”
Era una fría noche en el campamento de Sebaste. Cuarenta jóvenes de unos veinte años, pertenecientes a la legión XII, conocida como Fulminata. Tras haber sido fieles a su religión, fueron condenados por el emperador Licinio a morir por congelación. A pesar de esto, estos cuarenta soldados afirmaron que ningún tormento les apartaría de su religión fe en Cristo.
Año 320. Ciudad de Sebaste (en Armenia, Asia Menor)
El entonces emperador Licinio mandó publicar un decreto en el que se recogía que todo aquel que no renegara de su religión y pasara a adorar a los ídolos de la ciudad, sería condenado a muerte. En ese momento, cuarenta soldados de la XII Legión Fulminata se manifestaron delante del gobernador, declarando que ellos no estaban dispuestos a abandonar su religión.
El gobernador no podía creer lo que estaba escuchando. Les explicó sus intenciones. Si no renegaban sufrirían insoportables tormentos, en cambio, si pasaban a adorar a los ídolos, recibirían grandes premios. Esto no hizo cambiar de opinión a los valientes soldados, que aceptaron con gran coraje el cumplimiento de cualquier tipo de castigo al que el gobernador les sometiese.
Los cuarenta valientes fueron llevados a un oscuro calabozo, donde también fueron torturados. Nada de esto les hizo cambiar de parecer. La prisión se prolongó mucho tiempo, probablemente porque se aguardaban órdenes de comandantes superiores o incluso -dada la gravedad del caso- del mismo Licinio. Durante esta espera los presos, previendo su fin, escribieron su ‘testamento’ colectivo por mano de uno de ellos, Melecio.
En este insigne documento, profundamente cristiano, los que iban a morir exhortan a parientes y amigos a desatender los bienes caducos de la tierra para preferir los bienes espirituales; saludan después a las personas que les son más queridas. El documento trae, como de costumbre, los nombres de los cuarenta mártires, y de ahí los nombres fueron copiados después en otros documentos, con pequeñas divergencias de grafía.
Fueron condenados a morir de frío sobre un estanque helado
Una vez llegada la sentencia, los cuarenta fueron condenados a morir de aterimiento: debían estar expuestos desnudos por la noche, en pleno invierno, sobre un estanque helado, y ahí aguardar su fin. El lugar elegido para la ejecución parece que fue un amplio patio delante de las termas de Sebaste, donde los condenados serían sustraídos a la curiosidad y a la simpatía del público y a la vez vigilados por los empleados de las termas.
Más tarde, sobre el lugar del martirio se construyó una iglesia, y justamente en esta iglesia parece que San Gregorio de Nisa pronunció sus discursos en honor de los mártires. Sobre esa explanada helada, a una temperatura bajísima, los tormentos de esos cuerpos desnudos debieron de ser espantosos.
Para aumentar el sufrimiento de las víctimas, había sido dejado abierto de intento el ingreso de las termas, del cual salían juntamente con la luz los chorros de vapor del calidarium: para los martirizados era una visión potentísima, puesto que bastaban pocos pasos para salir de las angustias y recuperar esa vida que se estaba yendo de sus cuerpos minuto a minuto.
Las horas pasaban terriblemente monótonas: ninguno de los condenados se alejaba de la explanada helada. San Basilio nos cuenta que se animaban mutuamente a permanecer fieles hasta la muerte con esta oración: “Señor, cuarenta entramos en la batalla, cuarenta coronas te pedimos”.
Los soldados que los custodiaban asistían como estupefactos a la escena. De repente uno de los condenados, extenuado por los espasmos, salió del estanque y se arrastró hacia la puerta iluminada. Al ver esto, uno de los vigilantes, movido por la entereza de los mártires, decidió reemplazar él mismo al cobarde completando nuevamente el número de cuarenta.
Después de quitarse los vestidos, se proclamó cristiano y se tendió sobre el hielo entre los otros condenados, muriendo juntamente con sus compañeros de suplicio. Era el 9 de marzo del año 320.
Devoción
El martirio de los cuarenta soldados de la legión XII Fulminata fue muy celebrado en la antigüedad cristiana por la valentía de los mismos y su constancia en medio de los tormentos.
La veneración hacia los Cuarenta Mártires fue muy popular en Oriente, aunque también en Occidente fue extendiéndose paulatinamente. Son un gran ejemplo de unidad y de fraternidad, así como de fortaleza y fidelidad.
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