Apenas tendría quince años la Virgen cuando Dios encargó a su ángel aquella misión del todo única y singular. Habían transcurrido seis meses desde que Gabriel fuera enviado a Jerusalén para revelar a Zacarías que un hijo suyo sería el precursor del Mesías anunciado por los profetas. Ahora todo iba a resultar más fácil y sencillo para el ángel.
Una antigua tradición, de la que ya tenemos constancia en el siglo II, señala que sus padres se llamaban Joaquín y Ana. Quizá nunca supieron que su hija María había sido concebida sin la mancha del pecado original y que poseía en su alma la gracia santificante desde el primer momento de su existencia en el seno materno. Quizá no llegaron a saber que Dios la miró y la custodió en cada instante con un amor único e irrepetible.
San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a esos primeros años de María. Muy probablemente, Nuestra Señora nada dijo de este tiempo, porque poco había que contar: todos los hechos extraordinarios transcurrieron en la intimidad de su alma, mientras el Espíritu Santo y Dios Padre esperaban sin prisas el momento de la Encarnación del Hijo.
Luego vendrán los evangelios apócrifos e inventarán leyendas increíbles para llenar estos años de normalidad. Y nos dirán que vivía en el Templo, que los ángeles le llevaban de comer y hablaban con ella…
La crítica ha rechazado las narraciones apócrifas que suponían a María en el Templo, desde la edad de tres años, consagrada a Dios con un voto de virginidad [5]. La idea de un voto como tal es incomprensible en el ambiente judío de hace dos mil años, y tampoco se compagina bien con el matrimonio contraído por María [6]. Pero se debe pensar con toda lógica que la Virgen, movida por el Espíritu Santo, se dio a sí misma al Señor ya desde su infancia.
Por esta plena pertenencia, que incluye la dedicación virginal, Nuestra Señora podrá decir al ángel: no conozco varón, desvelando delicadamente una historia de entrega que había tenido lugar en la intimidad de su alma. María es ya una primicia del Nuevo Testamento, en el que la excelencia de la virginidad cobrará todo su valor, sin menguar por eso la santidad de la unión conyugal. María fue una niña normal, que llenó de gozo a todos cuantos la trataron en la vida corriente de un pueblo no demasiado grande.
EL NOMBRE DE LA VIRGEN
El nombre de María, en hebreo Mirjan, era bastante frecuente en tiempos de Jesús, mientras que en el Antiguo Testamento sólo es llamada así la hermana de Moisés. Su significado no es seguro, pese a los estudios y a las muchas interpretaciones (unas 75) que se han propuesto [20]. Unas se refieren a la etimología y otras al sentido popular y piadoso de los cristianos.
En tiempo de los asmoneos se pronunciaba Mariam y se relacionaba con la palabra aramea marya (señor). En este caso el nombre de la Virgen significaría «señora», «princesa». Desde San Jerónimo –quien afirma que proviene del sirio [21]– hasta nuestros días se repite este nombre –Señora– como la etimología más probable de María [22].
En la Edad Media adquirió mucho relieve el significado de Estrella del Mar, por la autoridad de San Jerónimo [23].
Sea cual sea el significado original de María, Ella llenó este nombre de un contenido nuevo y único.
LA CASA
Y habiendo entrado el ángel donde ella estaba…
Los cristianos orientales sitúan la escena de la Anunciación en la fuente del pueblo –que hoy se llama «de la Virgen»–, a la que acudían las mujeres a recoger el agua necesaria para beber y para el consumo de la casa. En el camino se habría encontrado María con el ángel [24].
Pero el texto evangélico nos dice que el ángel «entró» a donde estaba Ella. Podemos, pues, pensar que fue en la intimidad de la casa donde tuvo lugar la aparición del ángel.
El hogar donde vivió María, primero en casa de sus padres y después con José, no tendría probablemente jardín, ni galería, ni pórtico…, ni la Virgen llevaría un libro y un rosario en las manos, como nos la pintan los artistas y los poetas. La casa de María era pequeña, sencilla, pobre, limpia.
Quizá una parte de ella estaba cavada en la roca, como parecen indicar las más recientes excavaciones arqueológicas. Esta zona de la edificación era a la vez bodega, despensa y pequeño almacén. Allí se guardaba el grano para ser molido, algo de vino, aceite… La riqueza de aquella vivienda era, sin embargo, María.
Y su alma se traslucía en la limpieza, en el orden, en el buen gusto de los pequeños adornos que Ella habría sabido encontrar. En aquella morada de pocas habitaciones se estaba bien; mejor que en un palacio. Cerca de la casa, José tenía su pequeño taller.
EL ÁNGEL
Habiendo entrado el ángel donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia…
Es posible que el ángel se apareciera con forma humana. En el libro de Daniel se dice que así se le presentó al profeta dos veces, y una tercera también como un hombre, pero resplandeciente de gloria: Su cuerpo era claro como el topacio; su rostro brillaba como el relámpago… [25]. El día de la Resurrección, el ángel que encontramos al lado del sepulcro tenía aspecto como de relámpago, y su vestidura blanca como la nieve (Mt).
Delante de María no eran necesarias estas apariencias: se ha dicho con acierto que el esplendor del alma de la Virgen era mayor que el de todos los ángeles y arcángeles. El mensajero hubiera quedado como oscurecido ante el resplandor de la gracia en el alma de la Virgen.
Nos sorprende que María no se asombrara.
Cuando se manifestó a Zacarías, San Lucas nos indica que se alteró al verlo. La Virgen se turbó ante las palabras de Gabriel, no de su presencia [26]. Pudo reconocer, incluso, que se trataba de un ángel, aunque él no dio explicación alguna. Su mundo interior, sin dejar de ser el de una joven normal de su tiempo, estaba muy cerca de Dios.
La realidad de lo sobrenatural también era su mundo, su realidad vivida. El hombre de hoy, tan acostumbrado a ponderar sólo lo sensible y lo material, no está con frecuencia capacitado para comprender la presencia y la realidad de los ángeles. A veces los mismos cristianos tienden a considerar a estos mensajeros de Dios como algo teórico, de menos entidad que la vida tangible de cada día: el trabajo, el sueldo, el colegio, la hipoteca…
El universo de María tenía una apertura inmensamente mayor. Un ángel era para Ella algo misterioso, sí, pero real; tan cierto como la fuente del pueblo y tan posible como los sarmientos que brotaban de las vides plantadas en las afueras de Nazaret. En la Sagrada Escritura –alimento diario de su alma– aparecían con mucha frecuencia esos espíritus puros, como parte de la creación.
Las páginas que oía los sábados en la sinagoga hablaban con toda naturalidad de esos mensajeros de Dios [27]. El ángel se llamaba Gabriel.
EL MENSAJE
María no tuvo miedo de la presencia del ángel, pero se estremeció al oír sus palabras: ¡Alégrate, llena de gracia! ¡El Señor está contigo! Ella comprendió enseguida que se trataba de una acogida muy singular. Sabía que la expresión el Señor está contigo se reservaba en el Antiguo Testamento para aquellos a los que se confiaba una misión particular en orden al cumplimiento de las promesas redentoras de Dios.
Y nunca se había dicho a ninguna criatura que estaba llena de gracia. Era Él mismo quien, por medio de Gabriel, saludaba a María [28].
Después, según contó a San Lucas y a los primeros cristianos que la conocieron, Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué significaría esta salutación. Algo muy grande la aguardaba.
María percibía bien que en su vida existía un gran misterio. Y ahora el ángel parecía querer darle la clave para comprenderlo: le dice que no tema, que ha hallado gracia a los ojos de Dios. Concebirá y dará a luz a un hijo que llevará el nombre de Jesús. Le anuncia con palabras muy claras que va a ser la madre del Mesías prometido: Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.
Estas palabras fueron como el relámpago que ilumina la noche en medio de una tormenta. Ahora vislumbraba lo que en tantas horas había sospechado: una llamada que la movía en su corazón a vivir sólo para los planes de Dios.
¡Ya sabía para qué estaba en el mundo! ¡Toda su vida adquiría sentido! Comenzaba a entender el profundo deseo de su corazón de ser virgen y, a la vez, de maternidad. Todo era ahora más simple y sencillo. El ángel la había llenado de paz y de consuelo: No temas, le había dicho. Le ayuda a superar ese temor inicial que, de ordinario, se presenta cuando Dios da las primeras luces de una vocación divina [30].
En el mensaje se hablaba de un Niño que debía ser concebido por Ella. Pero el camino para esa fecundidad era demasiado misterioso para María, pues aquel proyecto suyo de virginidad era lo mejor que Ella había puesto en las manos de Dios como prueba de la plenitud de su amor.
Por eso preguntó, conmovida: ¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?
Las palabras de la Virgen son profundas y misteriosas. Suponen toda una historia de trato personal con Dios, de luces y mociones del Espíritu Santo, que nosotros desconocemos. Incluían la aceptación de lo que el ángel anunciaba, pero pedían un poco más de luz. No veía cómo Ella podría concebir y ser madre si el Espíritu Santo la había movido a entregar a Dios su virginidad.
Y el ángel aclaró que el Espíritu Santo descendería sobre Ella, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, le dice. Por eso, este Niño se llamará Santo, Hijo de Dios.
Se podía entender con claridad que el ángel anunciaba, con abundantes señales, la llegada del Mesías. Le había dado muchos datos: el Hijo del Altísimo, el que ocuparía el trono de su padre David, el que reinaría eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin. ¿Qué otro podría ser? [31].
Te cubrirá con su sombra, dijo el ángel. La sombra en el Antiguo Testamento era símbolo de la presencia de Dios. Cuando Israel caminaba por el desierto, la gloria de Dios llenaba el Tabernáculo y una nube cubría el Arca de la Alianza. De modo semejante, cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, una nube cubría la montaña del Sinaí, y también en la Transfiguración de Jesús se oye la voz de Dios Padre en medio de una nube.
Ahora el poder de Dios arropa con su sombra a María: es la expresión de la acción omnipotente de Dios. Y el fruto de su vientre será obra del Espíritu Santo. Le anuncia el ángel que Ella, concebida sin mancha de pecado, quedará constituida en nuevo Tabernáculo de Dios.
Todas estas referencias del ángel le eran familiares a María.
Las había oído y meditado muchas veces [32]. Reconocería sin duda las palabras que el profeta Natán había dicho a David: Tú trono permanecerá eternamente [33]. Y quizá le vinieron a su mente otros muchos pasajes [34].
La Virgen entendió que iba a ser ¡Madre de Dios! De Ella, que apenas había salido de Nazaret, se hablaba desde hacía siglos, y cada vez con más nitidez.
LA RESPUESTA DE MARÍA
El Señor colmó el alma de María con un gozo incontenible. Es lógico pensar que la Encarnación del Hijo de Dios estuviera rodeada de alegría, de una alegría inmensa y singular. ¡Alégrate!, le había dicho el ángel [35]. Y tenía todos los motivos para estar llena de gozo.
El ángel, y la creación entera, y sobre todo Dios mismo, esperaban la respuesta de María, que en aquel momento se encontraba henchida de Dios. Además de las gracias que ya tenía en su alma, ¡cuántas otras no derramaría el Señor en su corazón! Si el Señor se vuelca en una criatura cuando se decide por Él en el momento de dar el sí a su vocación, ¡qué no haría con la que iba a decidir ser su Madre!…
Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra [36]. Este hágase de la Virgen no es una aceptación resignada de la voluntad de Dios, sino un deseo alegre y lleno de ansiedad, como expresa mejor el verbo griego. Este suceso, la llegada por fin del Mesías, es considerado por María como un felicísimo acontecimiento que debe realizarse cuanto antes.
Y en aquel momento formó Dios un cuerpo de las purísimas entrañas de la Virgen, creó de la nada un alma, y a este cuerpo y alma se unió el Hijo de Dios. El que antes era sólo Dios, sin dejar de serlo, quedó hecho hombre [37]. María es ya Madre de Dios. En ese mismo instante comienza a ser también Madre de todos los hombres. Lo que un día oirá de labios de su Hijo moribundo: he ahí a tu hijo (…), he ahí a tu madre [38], no será sino la proclamación de lo que había tenido lugar en el silencio de aquella casa de Nazaret [39].
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer [40]. En ese instante tuvo lugar la plenitud de los tiempos [41]. San Pablo dice literalmente que fue hecho de mujer. Jesús no aparecerá en la tierra como una visión fulgurante, sino que se hizo realmente hombre, como nosotros, tomando la naturaleza humana. Dios en el mundo se comportará desde el comienzo con extremada sencillez [42].
Siete siglos antes, el profeta Isaías había predicho: He aquí que la virgen está grávida y parirá un hijo, y le llamará Emmanuel (que significa Dios-con-nosotros) [43]. Y San Mateo, atento siempre a señalar el cumplimiento de las profecías [44], cita ésta como cumplida en Jesús y en su Madre [45].
Después, según nos indica San Lucas, el ángel se retiró de su presencia, desapareció.
Vida de Jesús (Fco. Fdz Carvajal)
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