El pequeño espacio del Santo Sepulcro en Jerusalén condensa más de dos mil años de la historia de la civilización romana-judeo-cristiana. Allí, Jesús fue enterrado tras morir en la Cruz. Al tercer día resucitó, salió de la cueva donde había sido sepultado y luego ascendió a los Cielos. Pero como sucede con otras manifestaciones de la Fe, flota una pregunta: ¿es un mito religioso o una historia que la arqueología puede comprobar?
El estudio del lugar proviene directamente de los evangelios que narran el momento de la crucifixión y muerte de Jesús y su posterior sepultura. Leemos en Mateo 27:33: “Cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa Lugar de la Calavera”; en Marcos 15:22 algo similar: “Le llevaron al lugar llamado Gólgota, que traducido significa: Lugar de la Calavera”; en Lucas 23:33 otro tanto: “Cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda”; y en Juan 19:17 se repite la narración: “Tomaron, pues, a Jesús, y Él salió cargando su cruz al sitio llamado el Lugar de la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota”.
Es decir que los evangelistas nos ubican en un lugar de la antigua Jerusalén: el lugar llamado “Gólgota”.
En Marcos 15:45 se lee sobre su entierro: “Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. Y María Magdalena y María, la madre de José, miraban para saber dónde le ponían”. Aquí vemos otra referencia: era un sepulcro cercano al lugar de la ejecución.
El apelativo “lugar de la calavera” en arameo es gagûltâ, de la que se deriva la palabra hebrea calavera, גֻּלְגֹּלֶת (gulgōleṯ) Era un sitio para ejecuciones públicas, y que el nombre hiciera referencia a “cráneo” podría referir a los ejecutados en ese lugar, o a que estuviera situado cerca de un cementerio o a la forma del monte. En la tesis doctoral de Nazénie Garibian de Vartavan, publicada con el título “La Jérusalem Nouvelle et les premiers sanctuaires chrétiens de l’Arménie. Méthode pour l’étude de l’église comme temple de Dieu” se explica que: “…el Gólgota se encontraba en la pared vertical del altar de la basílica de Constantino y lejos de la tradicional roca del monte”.
Los planos publicados en el libro indican la situación del Gólgota con un margen de error de menos de dos metros, por debajo del pasaje circular situado a un metro de donde se dice que se recuperó la ropa ensangrentada de Jesús y justo antes de las escaleras que llevan a la capilla de Santa Helena.
En la antigüedad, el lugar de ejecuciones era conocido y los seguidores de Jesús concurrían a ese lugar en veneración. Sin embargo, el emperador Adriano decidió hacer desaparecer todo rastro del sitio por su desprecio a estos seguidores de Cristo. Mandó rellenar una cueva donde había un sepulcro y construyó sobre él un templo dedicado a Júpiter y a Venus. Excavaciones arqueológicas bajo la Iglesia del Santo Sepulcro han revelado grafittis de peregrinos de tiempos en los que todavía estaba el templo de Júpiter y Venus. Se puede ver la silueta de un barco -un símbolo paleocristiano muy común- y la frase “Dominus Ivimus”, que significa, “Señor, nosotros vinimos”.
El emperador Constantino el Grande, luego de firmar el Edicto de Milán en el año 313, que legalizaba la religión, encomendó a su madre Elena marchar hacia Jerusalén para encontrar la tumba de Jesucristo.
En referencia a este evento, el Dr. Pablo Argarate, director del Instituto Ecuménico de la universidad de Graz y vicedecano de la misma, en su artículo: “The End of Christian U-Topy? On the Emergence of the Notion of “Holy Places” and “Holy Land” in the Fourth Century” señala:
“La Basílica del Santo Sepulcro, como su nombre lo indica, tiene una relación esencial con el lugar de la muerte y resurrección de Jesús”.
La cruz tallada sobre la tumba de Jesús en tiempos de Constantino. Se la pudo ver por primera vez en 17 siglos
Su vínculo con la Cruz, en lo que concierne al edificio, parece más problemático. Aquí descubrimos tres etapas con respecto al descubrimiento de la Cruz: en primer lugar, el informe de Eusebio (Obispo de Cesarea) se centra en la tumba y no menciona la Cruz. Más tarde, Cirilo de Jerusalén presta gran atención a la Cruz y su culto.
Finalmente, una generación más tarde, el descubrimiento de la Cruz se le asigna explícitamente a Elena (Madre del emperador Constantino). Debe quedar muy claro que el proyecto de Constantino de edificios sagrados, especialmente en Palestina, es mucho más que un acto de devoción del emperador o incluso su proyecto arquitectónico, es más bien una parte significativa de un proyecto estatal más grande. Y detrás de él encontramos una nueva concepción de lo “sagrado”.
Constantino ordenó en torno al año 326 que el templo de Júpiter y Venus fuera reemplazado por una iglesia. Y el templo cristiano se consagró el 13 de septiembre de 335. Constaba de espacios muy bien diferenciados: un atrio cerrado y el tripórtico que marcaba el lugar que era asociado tradicionalmente al calvario. Atravesando un espacio abierto se encontraba la llamada “Rotonda” (en griego “παρεκκλήσι αναστάσεως” “capilla de la resurrección”).
En el año 614 el edificio fue destruido por un incendio causado durante la invasión de los sasánidas, pero fue reconstruido por el emperador bizantino Heraclio. Luego de la invasión de los musulmanes continuó siendo una iglesia cristiana, debido a que los primeros gobernantes islámicos protegieron los lugares cristianos de la ciudad, prohibiendo su destrucción. En el año 841 y 938 sufrió incendios y el 18 de octubre de 1009, el califa fatimí Al-Hakim bi-Amr Allah ordenó la destrucción por completo de la iglesia. Por ese hecho, el cual desató el horror en occidente, se convocaron “las Cruzadas”.
En 1048, el patriarca Nicéforo de Constantinopla, luego de grandes negociaciones con el Califato Fatimí, logró la reconstrucción de La “Rotonda”. Más de un siglo después, en 1187, la iglesia como la ciudad cayeron en poder del sultán Saladino, pero éste respetó el lugar. Tras la tercera cruzada permitió a los cristianos seguir peregrinando al santuario. El emperador Federico II reconquistó la ciudad y la iglesia y la ésta fue ampliada por el patriarca griego ortodoxo Atanasio II de Jerusalén en 1248.
En 1555 se instaló un santuario de mármol donado por Bonifacio de Ragusa para cubrir los restos del sepulcro y se colocó una losa de mármol sobre el lecho funerario de piedra caliza tapando el sepulcro. Es la misma que se observa hoy en día.
Otro incendio en 1808 causó el colapso de la Rotonda y destruyó su decoración exterior. Tanto el exterior de la “Rotonda” y el “Edículo” (espacio ubicado sobre de la tumba) fueron reconstruidos entre 1809-10 por el arquitecto Mikolaos Ch. Komnenos de Mitilene en estilo barroco otomano; el Edículo también se reemplazó. En 1947, durante el mandato británico de Palestina, el revestimiento de mármol rojo del Edículo realizado por Komnenos se encontraba muy deteriorado y se reemplazó por uno de metal, al que se le agregaron andamiajes para sostenerlo.
En el 2016 las seis iglesias cristianas que custodian el Santo Sepulcro: la Iglesia ortodoxa griega, católica romana, apostólica Armenia y las ortodoxas Siria de Antioquía, copta y etíope dieron su aval para que un equipo de la Universidad Técnica Nacional de Atenas lleve a cabo una inspección y restauración del “Edículo” y de la “Rotonda”, que estuvo a cargo de la profesora Antonia Moropoulou gracias a una donación realizada por el rey Abdalá II de Jordania, de Mica Ertegun (la esposa del empresario turco Ahmed Ertegun) y muchos fieles anónimos.
Por primera vez desde 1555 se levantó la losa que cubría el sepulcro (la que había sido donada por Bonifacio de Ragusa). El momento más emocionante fue observar el lugar donde fue depositado el cuerpo de Cristo. Cuando se abrió la losa se pudo ver el material de relleno (argamasa) en su interior. Y la noche del 28 de octubre se descubrió la piedra caliza de la cama funeraria, la cual fue encontrada intacta, lo que sugería que la localización de la tumba no había cambiado a lo largo del tiempo y confirmaba la existencia de una cueva de piedra caliza original en el interior de la “Rotonda”.
La National Geographic Society también participó de la restauración. Su arqueólogo Fredrik Hiebert se mostró muy sorprendido por la cantidad de argamasa que se halló en el lugar. Sería la misma con que los romanos decidieron sellar la sepultura.
La obra tardó diez meses en ser ejecutada y la jefa del grupo de restauración -la profesora Antonia Moropoulou- dijo en su discurso de finalización de tareas:
“Ahora se puede ver el color y la textura, las inscripciones, los frescos, junto a la centenaria estructura donde la tradición cristiana sitúa el enterramiento y resurrección de Jesús. También se han limpiado las láminas de mármol del armazón y se ha reforzado su estabilidad. Además, se han sustituido losas dañadas, se han cubierto las grietas con pegamento, rellenado fisuras y reforzado soportes para un monumento que, esperemos, dure bastantes años”.
Hoy, en lo alto de la cúpula reluce una cruz greco-ortodoxa, que no estaba antes de la restauración y que según el arqueólogo Eugenio Alliata podría pertenecer al proyecto original del Edículo.
A pesar de la complejidad de los trabajos de restauración ejecutados, el templo del Santo Sepulcro permaneció abierto durante todo el proceso, y solo fue cerrado al público durante 36 horas. Ese momento se destinó a retirar la lápida que cubría la fosa original de Jesucristo, un hecho que no ocurría desde hacía cinco siglos. Ahora los fieles pueden contemplar el lugar del Santo Sepulcro limpio, restaurado y libre de los elementos acumulados durante tantos años.
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