¿Qué datos tenemos de la evangelización de España por parte del apóstol Santiago?
La creencia de que el apóstol Santiago el Mayor fue el primero que vino a la península ibérica para predicar el Evangelio se extiende por los enclaves cristianos de la Reconquista a lo largo de los siglos VIII al XIII[1].
Según se refiere en un códice de finales del siglo XIII o principios del XIV[2], Santiago, hermano de Juan, hijo de Zebedeo, recibió el mandato de Cristo de venir a España a predicar el Evangelio. Recibe la bendición de la Virgen, quien le ordena que en la ciudad de España en que obtuviese un mayor número de conversiones a la fe le edifique una iglesia a su memoria.
En su viaje a la Península, Santiago recorre Asturias, Galicia y Castilla («la España mayor») donde sólo consigue un reducido número de conversos. Pasa después a Aragón («la España menor»), donde convierte a ocho personas. Junto al Ebro se le aparece la Virgen, rodeada de ángeles, sobre una columna, quien le ordena edifique allí un altar y una capilla. Los ángeles devuelven a la Virgen a Jerusalén, mientras Santiago comienza enseguida la construcción de una iglesia. A continuación, ordena de presbítero a uno de los recién convertidos y regresa a Judea.
Pero, además de esta legendaria narración medieval, la noticia de la predicación de Santiago en España es mucho más antigua. La encontramos en el Breviarium apostolorum, redactado hacia el año 600, donde leemos: «Jacobo… hijo de Zebedeo, hermano de Juan, predica en España y regiones de Occidente; murió degollado por la espada bajo Herodes y fue sepultado en Achaia marmarica el 25 de julio»[3].
Esta tradición jacobea encontró detractores a fines del siglo XVI y principios del XVII[4]. A comienzos del siglo XIX se publica un estudio crítico de L. Duchesne[5] en el que presenta una serie de argumentos poco favorables a la predicación de Santiago en la Península Ibérica. Según Duchesne esta tradición se manifiesta tardíamente en documentos escritos. En concreto, detecta una considerable etapa de silencio sobre Santiago en autores eclesiásticos de Hispania que deberían mencionarlo como: Aurelio Prudencio († 405), que refiere nombres y tradiciones hagiográficas hispanas; Orosio, presbítero de Braga, que escribe a principios del siglo V una Historia universal, y tampoco alude a Santiago; lo mismo se puede decir de Hidacio, obispo de Aquae Flaviae (ca. 395-ca. 468), lugar próximo a Compostela; otro tanto sucede con san Martín de Braga († 580). El mismo silencio sobre Santiago lo testifica el historiador francés en escritores eclesiásticos galos, como Gregorio de Tours († 594) o Venancio Fortunato († ca. 600), bien informados generalmente sobre los acontecimientos de la Península Ibérica.
Por otro lado, Duchesne minimiza el valor de los textos que afirman la existencia de la susodicha tradición, por considerarlos demasiado genéricos. Este sería el caso de San Jerónimo[6] cuando escribe: «Viendo Jesús a los apóstoles a la orilla del mar de Genesaret, los llamó y los envió… y ellos predicaron el Evangelio desde Jerusalén al Ilírico y a las Españas». Si valiese el argumento para Santiago en España, habría que admitir que san Andrés y san Juan predicaron en el Ilírico[7]. En el Breviarium apostolorum, versión latina de los Catálogos bizantinos realizada en el siglo VII, se lee que Santiago predicó en España, pero el texto ofrece poca fiabilidad. En esta obra se inspirarán Aldelmo de Malmesbury (nacido ca. 639)[8] e Isidoro de Sevilla[9].
También señala el historiador francés algunas negaciones de la tradición. Como acontece con una carta de Inocencio I (401-417) del 416 en donde afirma que en toda Italia, Francia, España, África, Sicilia e islas intermedias no han constituido iglesias más que Pedro y sus discípulos[10]. San Julián de Toledo (640-690) en su obra De sextae aetatis comprobatione escribe sobre la evangelización de Santiago: «de la misma manera, Santiago ilustra Jerusalén, Tomás la India y Mateo Macedonia»[11].
En resumen, el argumento de silencio del artículo de Duchesne nos parece el más destacado, reforzado por otros de carácter negativo, como la citada carta de Inocencio I. Con todo, algunos autores eclesiásticos españoles consideran que el vacío de testimonios durante los seis primeros siglos no es suficiente para poner en duda el valor histórico de la tradición. En esta posición se podría alinear Z. García Villada, que trata de explicar casi uno por uno el caso de todos los autores que, según Duchesne, no hablan y deberían haber hablado; pero, como afirma Sotomayor[12], sus explicaciones no consiguen modificar el estado de la cuestión. Insiste además en la escasez de la documentación, al recordar que la persecución de Diocleciano había hecho desaparecer casi todos los escritos cristianos hasta principios del siglo IV. En la misma línea argumental se expresa T. Ayuso[13], que asienta su discurso a favor de la tradición en el principio de standum est pro traditione («hay que estar a favor de la tradición»), aunque sólo sea porque ésta existe.
En años posteriores, el argumento del silencio, señalado por Duchesne, se verá reforzado por C. Sánchez Albornoz[14] no sólo por la que considera inverosímil llegada del apóstol a Occidente, sino también por el silencio de ocho siglos sobre la conjetural «translación» de los restos de Santiago a Compostela. También para M. C. Díaz y Díaz[15] resulta sospechoso el apostolado de Santiago en tierras hispánicas.
A finales del siglo XX el marco polémico sobre los orígenes del cristianismo en Hispania se centró con un nuevo planteamiento polarizado en la consideración de su procedencia africana. El representante más caracterizado en afirmar esa procedencia ha sido J. Mª. Blázquez[16] y su mayor opositor M. Sotomayor[17]. Coincidimos con la opinión de García Moreno cuando dice: «se han utilizado en exceso testimonios arqueológicos, equívocos o susceptibles de explicaciones alternativas, para proponer soluciones simplistas o exclusivistas»[18]. Pensamos que nada obsta considerar la primera evangelización como obra de misioneros venidos de Palestina, de Roma o del África Proconsular, como ya insinuamos en el primer apartado de este artículo.
DOMINGO RAMOS-LISSÓN
Profesor Emérito de la Universidad de Navarra
[1] Cf. B. Llorca, Historia de la Iglesia Católica, I, Edad Antigua, Madrid 41964, p. 117; M. Sotomayor, «La Iglesia en la España Romana», en R. García Villoslada (dir.), Historia de la Iglesia en España, I, La Iglesia en la España romana y visigoda, Madrid, 1979, p. 150. 7 Z. García Villada, Historia eclesiástica de España, I / 1, Madrid 1929, pp. 73-76.
[3] M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 150.
[4] Sobre todo hay que destacar al cardenal Baronio y a san Roberto Belarmino. Cf. B. Llorca, «Historia de la Iglesia Católica», I, p. 118.
[5] L. Duchesne, «Saint Jacques en Galice», en Annales du Midi 12 (1900) 145-179. Ver también H. Leclercq, L’Espagne chrétienne, Paris 1906, pp. 31s.
[6] Jerónimo, Comm. in Is XII, 42.
[7] Algunos autores han recordado otros textos igualmente genéricos e imprecisos de Dídimo el Ciego y Teodoreto de Ciro: cf. M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 153, nota 91.
[8] E. Elorduy, «De re jacobea», en Boletín de la Real Academia de la Historia 135 (1954) p. 324?
[9] Isidoro de Sevilla, De ortu et obitu Sanctorum Patrum. Cf. Z. García Villada, Historia eclesiástica de España, I / 1, p. 66.
[10] Inocencio I, Ep. a Decencio de Gubio.
[11] Julián de Toledo, De comp. sextae aetatis, II, 9.
[12] M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 154.
[13] T. Ayuso, «Standum est pro traditione», en Santiago en la historia, la literatura y el arte, I, Madrid 1954, pp. 85-126.
[14] C. Sánchez Albornoz, «En los albores del culto jacobeo», en Compostellanum 16 (1971) pp. 37-71.
[15] M. C. Díaz y Díaz, «En torno a los orígenes del Cristianismo hispánico», en J. M. Gómez-Tabanera, Las raíces de España, Madrid 1967, pp. 426-427: «La narración de este apostolado de Santiago circuló como puro dato de erudición hasta que se abre camino popular a fines del siglo VIII de la España del Norte, y quiero subrayar lo de España cristiana del Norte porque entre los mozárabes… el culto a Santiago, que alcanza un relieve notable, no aparece nunca interferido por la noticia de su predicación hispánica».
[16] J. M.ª Blázquez, Religiones en la España Antigua, Madrid 1991, pp. 361-442.
[17] M. Sotomayor, «Reflexiones histórico-arqueológicas sobre el supuesto origen africano del cristianismo hispano», en II Reunió d’Arqueologia paleocristiana hispànica (= IX Symposium de Prehistoria i Arqueología Peninsular) Barcelona 1982, pp. 11-29; Id., «Influencias de la Iglesia de Cartago en las iglesias hispanas», en Gerión 7 (1989) pp. 277-287.
[18] L. A. García Moreno, «El cristianismo en las Españas», en M. Sotomayor-J. Fernández Ubiña (Coords.), El Concilio de Elvira y su tiempo, Granada 2005, p. 171.
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