¿Cuáles son las causas de su expansión?
La expansión presupone la idea de conversión, idea ajena al mundo greco-latino por las causas explicitadas con anterioridad. A nadie se le pasaba por la cabeza la renuncia a la religión de su ciudad nativa y de sus ancestros. Sólo en el mundo de la filosofía existía algún concepto equivalente al de conversión, pero el ejercicio de la filosofía estaba dirigido a una élite, tenía un carácter aristocrático y, por otro lado, no lograba dar respuesta a los verdaderos problemas del hombre.
A la vez, la conversión es un hecho eminentemente personal, no explicable en términos históricos o sociológicos, y los testimonios de conversión de la antigüedad que han llegado hasta nosotros son casos muy particulares, de intelectuales u hombres importantes.
Estas advertencias nos han de servir para afrontar esta temática cum mica salis, pues de la antigüedad tardía no disponemos de suficientes elementos como para elaborar teorías certeras. Además, estamos viendo un proceso que, aunque se enmarca en el imperio romano, dura cuatro siglos y tiene manifestaciones diferentes según hablemos de la parte oriental u occidental del imperio.
En la doctrina cristiana había elementos de gran atracción para el mundo antiguo
El cristianismo se presentaba como liberación de la concepción fatalista sobre referente el mal, la esclavitud y a la muerte típica de la mentalidad greco-romana. A la idea de una historia que se repite cíclicamente le sucede la idea de una historia destinada a un cumplimiento escatológico, ya anticipado en la propia vivencia terrena del cristiano.
En una época donde la esclavitud es considerada normal, transformando a miles de personas en seres alienados y sin esperanza de escapar a su triste condición, el cristianismo (sin prometer una liberación legal) se presenta como una experiencia de libertad incluso para los esclavos, que participan en los misterios cultuales junto a sus amos y reciben los mismos favores espirituales.
La liberación prometida por el cristianismo también es una liberación de la muerte, y no solo de la del alma sino del hombre entero, y no en virtud de un relato mitológico sino de la resurrección de Cristo, presentada como un hecho realmente ocurrido y testimoniado.
Otro de los motivos de conversión, es el cambio de vida que seguía a esta. Era patente a los ojos de los circunstantes que la conversión no se reducía a un cambio de culto, sino que suponía la inauguración de una existencia nueva. De hecho, las comunidades cristianas contrastaban claramente con el ambiente pagano generalizado y muchas personas de entre las más desamparadas, viudas, esclavos, huérfanos, extranjeros, desplazados, encontraron allí un nuevo tipo de familia.
Otras causas de la expansión
No obstante, hay otras causas que, aunque no hagan referencia al contenido salvífico del cristianismo y se puedan calificar de coyunturales, desde el punto de vista histórico y de la sociología religiosa cuentan con un mayor consenso por parte de los investigadores actuales.
La primera de ellas es la expansión de las comunidades judías por el Imperio. Los judíos de la diáspora estaban instalados en las principales ciudades del Imperio y no hay que olvidar que el cristianismo en sus primeros siglos de existencia es un fenómeno eminentemente urbano y sólo tardíamente (cuando obtenga el reconocimiento imperial) rural.
Estas comunidades, como la que acoge a san Pablo en Roma, eran compactas y estaban apegadas a las tradiciones judías, ofreciendo una continuidad cultural fuerte a los evangelizadores. Además, a su alrededor estaban los llamados “temerosos de Dios”, paganos que admiraban la moral judía.
Es en estas comunidades, donde los predicadores cristianos, judeocristianos más bien, encuentran acogida y dónde se producen las primeras conversiones. De hecho, se predicaba la Palabra de Dios en las sinagogas y las primeras iglesias cristianas aparecen en los barrios judíos. Además, los cristianos supieron hacer uso de estas redes sociales prexistentes para extender su mensaje.
En segundo lugar, las epidemias. En el mundo antiguo, como en general hasta la época contemporánea, las hambrunas, los desastres naturales y las epidemias mórbidas han causado más bajas que los conflictos bélicos. Roma no es una excepción.
La insalubridad de la Urbe, unida al hacinamiento de sus habitantes, los condicionamientos climáticos y el tránsito de personas y mercancías de toda la ecúmene hacían de Roma el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de epidemias y plagas.
El resultado era un sálvese quien pueda: las clases pudientes marchaban al campo a esperar que remitiera la pandemia mientras el resto confiaba en que el ángel exterminador pasara de largo. Por supuesto, nadie daba una respuesta intelectual válida a estos fenómenos. Los sacerdotes paganos huían y los filósofos los achacaban a la diosa fortuna.
Esta situación se vio alterada con la aparición de los cristianos. Estos, no sólo no abandonaban a los suyos, sino que incluso cuidaban a los que quedaban desvalidos en las insulae (viviendas populares) y en las calles de Roma. Todo ello, justificado en la idea de un dios que ama, que se sacrifica por ti y, cuyo ejemplo, te impulsa a sacrificarte por los demás.
Curiosamente, esta caridad desinteresada mejoraba las ratios de supervivencia e inmunidad durante las epidemias aparte de ofrecer un ejemplo heroico digno de ser imitado. Benedicto XVI, en Deus Caritas est reflexiona sobre la envidia que despertó esta caridad organizada en el propio emperador Juliano que quiso también dotar al imperio de una organización similar.
La tercera causa sería el papel de las mujeres cristianas. El mundo cristiano, frente al pagano, supuso un gran avance en la protección y puesta en valor de la mujer, especialmente dentro de la familia. En el cristianismo la mujer tenía un status superior al del mundo greco-romano, ejercía más funciones dentro de la Iglesia y gozaba de una mayor seguridad e igualdad marital.
Las mujeres cristianas se casaban más tarde y podían elegir esposo, mientras que las paganas se casaban con doce, trece años, y a veces, eran comprometidas en matrimonio con apenas diez años. Las viudas paganas eran obligadas a casarse de nuevo perdiendo su herencia, pero las viudas cristianas eran respetadas, siendo sostenidas las pobres y manteniendo sus posesiones las ricas.
En Roma predominaban numéricamente los hombres sobre las mujeres pues era común y aceptado por las leyes y defendido por los filósofos el infanticidio femenino y el aborto que causaba muchas bajas maternas. Estas prácticas estaban prohibidas en el cristianismo donde también se condenaba la infidelidad, el divorcio, el incesto y la poligamia.
Ya no se trataba solamente de las condiciones de vida de unas y de otras, sino del mismo número de unas y de otras. La tasa de reproducción en el mundo pagano era baja y la fertilidad entre los cristianos alta. Aunque parezca un razonamiento simple, los paganos se vieron impelidos a buscar mujer entre las cristianas, como atestiguan las advertencias continuas de los padres apologistas acerca de los matrimonios mixtos.
En definitiva, la importante presencia de la mujer en el cristianismo, como puede observarse por el gran número de veces que comparecen en las cartas de san Pablo o en las actas de los mártires, jugó un papel decisivo en la conversión a la fe de las nuevas familias que formaron.
A esta situación hay que añadirle el cuadro de decadencia general que experimenta el Imperio romano en el siglo III. Es el llamado gobierno de los “emperadores soldados” sólo preocupados de satisfacer a las tropas y al estamento militar. Estos emperadores salidos del ejército pasaban sin pena ni gloria sucediéndose unos a otros mediante golpes militares, habitualmente sangrientos.
Además, se había concedido la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio como una medida para mejorar la fiscalidad, pero que lo único que logró fue introducir el pensamiento y las costumbres bárbaras en Roma. A finales del siglo III, no obstante, encontramos un emperador que logra reverter la situación. Se trata de Diocleciano, que restauró en todo su esplendor el culto al emperador, y estableció una forma de gobierno tetrarquíca con dos augustos y dos césares.
La aparición del Cristianismo como fenómeno social
(Santiago Casas, Universidad de Navarra)
by Santiago Casas primeroscristianos.com
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