Trabajó mucho para alentar a los fieles en los años difíciles de la última persecución. El mismo tuvo que huir de su Iglesia, andando errante por Siria y Palestina.
Congregó sínodos para establecer la manera de recibir en la comunión a los caídos, y condenó al obispo de Sicópolis, Melecio, que había quemado incienso a los ídolos. Murió con el presentimiento de las tempestades que su sacerdote Arrio, que no le dió poco que hacer con su carácter levantisco, iba a desencadenar en la Iglesia.
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