Después del Concilio de Nicea, a pesar de su condena del arrianismo, éste consiguió sobrevivir durante unos años gracias a los emperadores que sucedieron a Constantino.
Es más, gracias a Constancio II la influencia arriana se extendió por Occidente, a través de algunos sínodos promovidos por dicho emperador, lo que favoreció una cierta confusión doctrinal y la consiguiente aparición de fórmulas y sectas, que trataban de modificar o atenuar la doctrina de Nicea.
1. Precedentes
Uno de estos movimientos sectarios fue el llamado de los «pneumatómacos», que negaban la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y, por tanto, su divinidad. Partían del presupuesto arriano de considerar que el Hijo era una criatura y, en consecuencia, el Espíritu Santo era una criatura del Hijo. Los seguidores de esta herejía recibieron también el nombre de «macedonianos» derivado de Macedonio, obispo de Constantinopla (342-360), que fue su principal mantenedor.
Finalmente, con la muerte de Constancio (361) y de Valente (378) los arrianos perdieron sus más fuertes apoyos y se quedaron reducidos a una débil minoría. A la muerte de Valente el imperio oriental pasó a manos de Graciano (375-383), quien extendió al nuevo territorio las medidas favorecedoras de la ortodoxia, que antes había aplicado en Occidente.
Graciano confió posteriormente a Teodosio (379-395) el Imperio de Oriente. El nuevo emperador se mostró un celoso defensor de la fe de Nicea, porque entendía que era la fe predicada por San Pedro a los romanos, profesada por el Pontífice Dámaso y por el obispo Pedro de Alejandría, como él mismo pone de manifiesto en su famosa constitución Cunctos populos del 380 (Codex Theodosianus, XVI, 1, 2).
Por eso, no es de extrañar que deseara terminar con los restos de arrianismo en Oriente. Para lograr ese objetivo convocará un sínodo en el 380, que se reunirá en Constantinopla al año siguiente. En Occidente, entre tanto, se habían celebrado algunos sínodos con idéntico propósito. Bástenos recordar el sínodo de Aquileya (381) que congregó a unos treinta y cinco obispos occidentales, entre ellos, a S. Ambrosio, que condenaron los últimos focos de arrianismo latino.
2. Desarrollo del concilio
El concilio de Constantinopla se inauguró en el mes de mayo del 381 y duró hasta junio de ese mismo año. Las sesiones se celebraron en los locales del palacio imperial, según nos insinúan las fuentes de la época. Estuvieron presentes un total de 150 obispos, todos ellos orientales. Entre los padres conciliares mencionaremos algunos de extraordinaria notoriedad, como Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, Cirilo de Jerusalén, Diodoro de Tarso y Pedro de Sebaste.
El Papa Dámaso (366-384) no asistió, ni envió representantes. Sin embargo, se considera ecuménico este concilio al reconocerlo como tal el concilio de Calcedonia (451). Ocupó la presidencia Melecio de Antioquía, y a su muerte le sustituiría san Gregorio de Nacianzo, recién elegido obispo de Constantinopla, aunque por poco tiempo, porque debido a una serie de intrigas tuvo que dejar la sede constantinopolitana y se retiró a Nacianzo. Como sucesor de Gregorio fue elegido un anciano senador llamado Nectario (Sozomeno, Historia Ecclesiastica, VII, 8). Dado que el elegido era un simple catecúmeno, después de recibir el bautismo se le consagró seguidamente como obispo de Constantinopla.
No han llegado hasta nosotros las actas conciliares. Sin embargo, conocemos su profesión de fe, algunas listas de obispos asistentes, así como los cánones que se han conservado en algunas antiguas colecciones canónicas.
Desde el punto de vista doctrinal, este Concilio supuso el golpe de gracia contra el arrianismo, que –a pesar de la condena de Nicea– había tenido una amplia difusión al amparo de los emperadores Constancio (337-361) y Valente (364-378). Pero además se enfrentó a una nueva herejía: el macedonianismo, que negaba la consubstancialidad del Espíritu Santo. El documento más importante de este Concilio es, sin duda, el llamado «símbolo niceno-constantinopolitano».
Este símbolo parece que tiene su origen en el que se utilizaba en la Iglesia de Jerusalén para la administración del bautismo, con algunas adiciones relativas al Espíritu Santo: «Señor y vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es igualmente adorado y glorificado, que habló por los profetas». Este símbolo fue proclamado durante el concilio.
En el debate doctrinal debió promulgar el concilio un Tomo en el que aparecerían anatematismos contra las herejías recientes, sobre todo contra los arrianos y macedonianos. Esta noticia nos ha llegado a través de una carta del sínodo de Constantinopla celebrado en el 382 (Teodoreto, Historia Ecclesiastica, V, 9).
Legislación canónica
A falta de las auténticas actas del concilio, los investigadores se inclinan por las colecciones canónicas latinas, por ser las más antiguas. En ellas se reproducen cuatro cánones disciplinares. El c. 1 reafirma la fe de Nicea y condena toda herejía, especialmente la de los eunomianos, anomeos, arrianos, eudoxianos, semiarrianos, pneumatómacos, sabelianos, marcelianos, fotinianos y apolinaristas.
La fórmula indirecta “que hay que anatematizar” y el hecho de no decir en qué consisten esos errores hacen pensar que se tratase de un resumen de los anatemas contenidos en el Tomo del que nos habla la sinodal del sínodo del 382 (Ortíz de Urbina, 207).
El c. 2 establece que los obispos de una «diócesis» no deben entrometerse en los asuntos de otras circunscripciones eclesiásticas. Conviene precisar que la palabra «diócesis» no tiene el sentido que actualmente le damos, sino que significa la agrupación civil de varias provincias. El canon enumera las diócesis civiles existentes en Oriente: Tracia, Asia, Ponto, Oriente, Egipto.
Entre los canones disciplinares destaca el c. 3 en el que se afirma que «el obispo de Constantinopla, por ser ésta la nueva Roma, tendrá el primado de honor, después del obispo de Roma». Como se puede observar la razón que se alega es política, no eclesiástica. La Iglesia occidental rechazó siempre este canon, que originaría luego una serie de enfrentamientos y disensiones.
El c. 4 declaraba nula la ordenación de Máximo, el intrigante colaborador de S. Gregorio de Nacianzo.
A estos cuatro cánones se suelen añadir otros tres que figuran en algunas colecciones canónicas griegas. Dos de ellos proceden del sínodo de Constantinopla del 382, y el tercero es una carta de la Iglesia de Constantinopla a la de Antioquía.
by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com
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