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La fuerza de la conversión como cambio espiritual – Dos ejemplos de los siglos II y III

La conversión cristiana lleva consigo un cambio profundo en el interior del alma, que luego se traducirá en vivencias concretas muy bien señaladas en algunos relatos de conversos, como fruto elocuente de la gracia recibida.

Un testimonio significativo de lo que acabamos de decir es el de San Cipriano de Cartago. Hombre de elevada posición social, gozaba de gran reputación como retor en la ciudad de Cartago, que encontraría la fe, gracias a la buena amistad que tenía con Ceciliano, un cristiano que le descubre el error del paganismo y le presenta la verdad de Cristo. Veamos cómo tiene lugar ese cambio originado por la gracia bautismal, según lo relata el propio Cipriano en un escrito dirigido a un pagano llamado Donato:

“Cuando estaba postrado en las tinieblas de la noche, cuando iba zozobrando en medio de las aguas de este mundo borrascoso y seguía en la incertidumbre el camino del error sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, me imaginaba cosa difícil y, sin duda alguna, dura, según eran entonces mis aficiones, lo que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que, animado de nueva vida por el bautismo, dejara lo que había sido y que cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera la misma estructura corporal…

San Cipriano2.jpgEsto me decía una y mil veces a mí mismo. Pues, como me hallaba retenido y enredado en tantos errores de mi vida anterior, de los que no creía poder desprenderme, yo mismo condescendía con mis vicios inveterados y, deseperado de enmendarme, fomentaba mis males como hechos ya naturaleza en mí.

Más después que quedaron borradas con el agua de la regeneración (Bautismo) las manchas de mi vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo

Al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes parecía difícil, se hizo posible lo que se creía imposible, de modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados y, que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espiritu Santo”.

El relato, como se puede observar, nos muestra con enorme claridad el aspecto sobrenatural de la conversión, que afecta en primer lugar a la captación de la verdad cristiana, pero que luego se proyectaría en realidades y formas de vida, que llevarían a San Cipriano a ser obispo de Cartago y morir mártir el año 258.

Caminos de conversión

Se podría afirmar que los caminos que llevan a la conversión al cristianismo han sido muy variados, tantos como las personas que se incorporan a la nueva religión. De todas formas, si observamos con atención, nos vamos a encontrar con un común denominador que estará presente en la imensa mayoriade los casos. Nos referimos al encuentro personal que se da entre un cristiano y un futuro converso.

Por otra parte, este dato no puede extrañarnos, porque eso fue lo hizo Cristo cuando llamó a los primeros discípulos, tal y como nos lo ofrece el Evangelio de San Juan: Jesús pasa por la ribera del Jordán y se encuentra con dos discípulos del Bautista. Uno de ellos Andrés, hermano de Simón Pedro, lo primero que hace, después de estar con el Señor, es salir a buscar a su hermano Simón para decirle: “Hemos encontrado al Mesías” y lo llevó delante de Jesús.

Este modo de proceder individual se encuentra ya en los orígenes de la Iglesia. Todo creyente se convierte enseguida en un apóstol. Una vez que ha hallado la verdad, no tiene tregua ni reposo hasta que consigue hacer partícipes de su felicidad a los miembros de su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo.

Todo el mundo es capaz de realizar este apostolado, aún los más pobres, los esclavos con sus compañeros de servidumbre; los marineros en las escalas donde sus barcos arriban; los comerciantes con sus clientes, etc. Ninguna situación, ninguna condición, por humilde que sea, impide comunicar el mensaje cristiano.

Hay que decir, además, que de la mayoría de estas actuaciones apostólicas no nos han llegado noticias puntuales, pero afortunadamente de algunas personas, sobre todo de intelectuales, sí tenemos testimonios escritos, como nos sucede con San Justino, el filósofo de Naplusa.

Entre las obras que nos ha legado figura el Diálogo con Trifón, donde narra su búsqueda de la verdad en un recorrido que inicia primero con un estoico, y continúa a través de otros filósofos: un aristotélico, un pitagórico y un platónico. Termina su descripción contando su encuentro con un anciano, que resultó ser un cristiano. El anciano le hizo una exposición sucinta de la revelación cristiana, y puso un subrayado especial en la verdad proclamada por los profetas:

―”Existieron hace mucho tiempo ―me contestó el viejo― unos hombres más antiguos que todos estos tenidos por filósofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaban por el Espíritu Santo, y divinamente inspirados que predijeron lo que ahora se ha realizado.

san_justino_2.jpgSon llamados profetas. Sólo ellos han visto y anunciado a los hombres la verdad sin consideración, ni temor a nadie, sin dejarse llevar por la vanagloria, sino llenos del Espíritu Santo…

También por los prodigios que hacían es justo creerles, cuando han glorificado al Autor del universo, Dios y Padre, y cuando han anunciado a Cristo, Hijo suyo, que de Él procede. Esto dicho y muchas otras cosas que no hay por qué referir ahora, se marchó el viejo, después de exhortarme a seguir sus consejos, y yo no le volví a ver más.

Pero inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo, y reflexionando conmigo mismo sobre los razonamientos del anciano hallé que sólo ésta es la filosofía segura y provechosa. De este modo y por estos motivos soy yo filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador”.

La lectura de este pasaje de Justino pone de manifiesto los efectos que se producen en su alma por la gracia de la conversión: 1º la seguridad de haber captado la verdad, 2º la fogosidad que enciende su espíritu, y 3º el impulso apostólico que se extiende a todos los hombres.

La novedad cristiana

Un cambio tan radical y profundo en la vida de los primeros seguidores del cristianismo, se presenta frente a las concepciones religiosas del mundo antiguo como una insólita novedad, que irrumpe con fuerza dentro de las fronteras del Imperio romano, pero que no se clausura en su interior, si no que tiende a expandirse más allá de esos límites.

De todas maneras, llama la atención que los emperadores romanos, tan tolerantes con los cultos extranjeros, se convirtieran durante tres siglos en perseguidores de los cristianos. El cristianismo, aunque nacido en Palestina, tiene matriz internacional; al contrario que los judíos, los cristianos se integran en la ciudad donde viven, no constituyen un “ghetto”.

Posiblemente esta nota de universalidad cristiana fuera percibida como un peligro por quienes ocupaban la primera magistratura del poder político romano. Aparentemente los cristianos no se distinguen del resto de sus conciudadanos. Aceptan toda la cultura circundante, excepto lo que tiene razón de pecado y, qué duda cabe que esa cultura tiene algunas estructuras de pecado, impregnadas de paganismo.

Por ello, el cristiano se ve obligado, tanto en el plano individual, como en el social, ha discriminar aquello en lo que le es lícito participar de aquello que debe evitar. Es decir, su vida resulta paradójica para cualquier observador atento, que la contemplase, como pone de relieve el autor anónimo de la llamada Carta a Diogneto, cuando escribe en el siglo II:

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto,…habitan sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.

Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están en la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo…Aman a todos, y todos los persiguen. Se les desconoce y, con todo,se les condena. Son llevados a la muerte y, con ello reciben la vida.

Son pobres y enriquecen a muchos…Se les insulta, y ellos bendicen. Se les injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados…Para decirlo con brevedad, lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”.

La descripción nos resulta brillante y a la vez realista. Podríamos afirmar que los cristianos de los primeros siglos cumplen en este punto con el precepto de Jesús: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Finalmente, cabría concluir que, a pesar de sus exigencias y de los obstáculos acumulados en su camino, el cristianismo consiguió extenderse, como religión mayoritaria, por el mundo greco-romano. Después de haber sido durante cerca de tres siglos una religión ilícita, se convirtió no sólo en una religión autorizada, como el judaísmo, los cultos de Isis, de Cibeles o de Mitra, sino que fuera la religión del emperador y del Imperio.

by Domingo Ramos y Gabriel Larrauri  –  www.primeroscristianos.com

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El Hermano Asno

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