“Desde el comienzo de la guerra, cada día rezamos por la paz en Siria. Vivimos con la esperanza de que todo continúe y también de que nuestras dificultades de hoy cambien”
“Desde el comienzo de la guerra, cada día rezamos por la paz en Siria. Vivimos con la esperanza de que todo continúe y también de que nuestras dificultades de hoy cambien”. Así lo afirmaba fray Atif Falah, fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa y responsable del santuario de la casa de San Ananías en Damasco. El 1 de octubre se conmemora San Ananías y para la ocasión se celebró una misa en el santuario custodiado por los franciscanos, que se encuentra dentro de las antiguas murallas de la ciudad, en el sur de Siria.
La figura de Ananías en la Biblia aparece en los Hechos de los Apóstoles (Hch 9, 1-26; 22, 4-16), y desempeña un importante papel, al ser el designado para bautizar a San Pablo, tras su conversión. “La tradición oriental cuenta a San Ananías entre los 72 discípulos de los que habla Lucas (10,1) y entre aquellos que llegaron a Damasco después de la lapidación de San Esteban – explica fray Atif –. San Ananías fue el primer obispo de Damasco y el primer mártir de Damasco”. De hecho, fue arrestado por el gobernador Licinio y condenado a muerte, mientras evangelizaba Siria. Sus restos fueron después trasladados a Roma y hoy se encuentran en la basílica de San Pablo. Sin embargo, en Damasco queda la que se considera la casa de Ananías, una cripta formada por dos estancias, accesible por una escalera de veintitrés escalones. Los escombros acumulados allí a lo largo de los siglos han provocado una elevación del terreno en esta parte de la ciudad de Damasco.
Algunos testimonios certifican que desde el principio la casa de Ananías se convirtió en lugar de peregrinación y oración para los primeros cristianos, hasta el punto de que – como en otros Lugares Santos vinculados a la vida de Jesús – el emperador Adriano hizo construir allí un templo pagano para impedir la veneración de los cristianos. La casa se sitúa sobre los restos de la iglesia bizantina de la Santa Cruz, de los siglos V-VI, encontrados durante las excavaciones realizadas por el conde Eustaquio de Lorey en 1921. En 1347, según el testimonio del franciscano Poggibonsi, sabemos que la iglesia fue convertida en mezquita y que solo más tarde fue cedida a los cristianos. Según el escritor árabe Ibn Shaker, el califa Walid I la entregó a cambio de la iglesia de San Juan Bautista, que pasó a formar parte de la mezquita de los omeyas, actualmente el principal lugar de culto de Damasco. En los siglos posteriores, la casa de San Ananías se convirtió en lugar de veneración para cristianos y turcos, como atestigua el fraile franciscano Antonio Di Castillo: “Los turcos que la custodian, mantienen muchas lámparas encendidas”.
A finales del siglo XII la casa de Ananías se convirtió de nuevo en mezquita, hasta que en 1820 la Custodia de Tierra Santa consiguió su restitución. La capilla fue reconstruida en 1867 (había sido destruida en 1860) y luego reformada en 1973.
En Damasco se encuentra también el lugar donde la tradición sitúa el episodio de la conversión de San Pablo, en el barrio Al Tabbaleh, donde los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa construyeron una capilla en 1925. En su lugar, en 1971 se inauguró el Memorial de San Pablo, a instancias del papa Pablo VI, que es el segundo santuario de Siria custodiado por los franciscanos.
“La casa madre de los franciscanos de la Custodia en Damasco se encuentra en las murallas de la ciudad vieja”, dice fray Bahjat Karakach, superior del convento. Actualmente, en Damasco trabajan seis frailes, distribuidos en dos parroquias, una dedicada a la conversión de San Pablo y la otra a San Antonio de Padua. Los franciscanos se dedican a la animación y cuidado de los dos santuarios, además de atender a los cristianos locales. “Los fieles de rito latino en Damasco constituyen en la actualidad unas 300 familias, pero los que quedan son ancianos en su mayoría– explica fray Bahjat –. Muchos jóvenes han abandonado el país durante los años de guerra”.
Los daños de la pandemia del coronavirus han agravado aún más la ya difícil situación de Siria, aunque a menudo es complicado deducirlo de los datos oficiales, por las pocas pruebas que pueden realizarse. “En Damasco, en agosto, otros tres frailes y yo fuimos afectados por el coronavirus, pero gracias a Dios estamos curados. Lamentablemente, dos frailes de la comunidad de Alepo fallecieron”.
La vida en Damasco hoy es muy difícil, como cuenta fray Bahjat: “la gasolina escasea y hay kilómetros de cola en las gasolineras. Hay un fuerte sentimiento de desesperación y muchos solo esperan que las fronteras vuelvan a abrir para huir. La gente está agotada. Ahora que llega el invierno, sabemos ya que habrá emergencia de gasóleo para la calefacción. La electricidad va y viene. También las raciones de pan, que en Siria distribuye directamente el estado, se han reducido. Con las sanciones impuestas, el país no logra remontar económicamente: la lira siria ha perdido su valor y los precios son altísimos. La gente no ve un horizonte y estamos viviendo una situación de emergencia peor que la que había durante los bombardeos de la guerra. Además, la crisis libanesa ha tenido mucho impacto en Siria, porque muchos sirios trabajan en Líbano y, por tanto, a día de hoy hay quienes ya no pueden ayudar a sus familias. Todas las ayudas pasaban también a través de Líbano, pero ahora el Líbano está arrodillado”.
Ante tanto sufrimiento, los franciscanos de la Custodia, gracias también a la ayuda de la ONG Pro Terra Sancta, intentan ofrecer apoyo a la población, con un centro de emergencia que funciona desde hace cuatro años y da a unas 400 familias cupones para comprar alimentos. También se proporciona medicinas a unos 300 pacientes, además de ofrecer ayudas a los que tienen que someterse a operaciones quirúrgicas. Pequeñas sumas sirven de ayuda a estudiantes universitarios, así como aportaciones para leche para los recién nacidos y cursos sobre cómo llevar una casa o para incorporarse al mercado laboral. También son fundamentales los cursos de apoyo psicológico para niños y adolescentes, y las clases de música para los jóvenes.
“Todo parece difícil y es difícil mantener la esperanza – confiesa fray Bahjat – En la última reunión que tuve con los catequistas hablé claramente. Poner nuestra esperanza en que la situación mejore parece casi utópico ahora mismo. No podemos hacer más que considerar nuestra presencia como una misión que hay que vivir, al precio de cargar con una pesada cruz. La esperanza no excluye el sufrimiento sino que, de alguna forma, lo integra. Pero es necesario hacer algo concreto para poder pedir a los jóvenes que se queden”.
“Hace falta de todo”, según el fraile de la Custodia en Damasco, pero sobre todo es importante que se siga hablando de Siria. “Con frecuencia la gente se olvida de la cuestión siria, o las noticias son parciales – afirma – Me gustaría que se hablase más de la comunidad cristiana de Siria, que es la más antigua del mundo. Además, necesitamos una comunidad internacional que trabaje por la reintegración de Siria en el panorama mundial. ¿Cómo se puede ofrecer esperanza si el país no se puede reconstruir? Podéis ayudarnos con la oración, con ayuda económica y con apoyo moral”.
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