Nació en Roma hacia el año 540. Fue Perfecto de la ciudad, antes de abandonar su vida política y hacerse monje. Después fue Legado pontificio en Constantinopla. En el 590 fue elegido Papa. Su pontificado ha sido uno de los más esplendorosos de la historia de la Iglesia. Se recuerda especialmente su impulso a la propagación de la fe, la promoción de la vida monástica, la organización de la liturgia, y el valor doctrinal y espiritual de su predicación y sus obras escritas. Murió el año 604.
Benedicto XVI nos presenta a San Gregorio Magno
Primera intervención de Benedicto XVI en la que presentó la figura de San Gregorio Magno
“Dios es la fuente de la verdadera paz y felicidad”
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 mayo 2008
Durante la catequesis de este miércoles que dedicó a la figura del Papa San Gregorio Magno (540-604), el Papa Benedicto XVI señaló que, como lo demostró este gran Padre de la Iglesia, que tuvo a su cargo gobernarla en tiempos tormentosos, la verdadera paz y felicidad provienen de Dios.
Gregorio, afirmó el Santo Padre, “fue realmente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia”. Nació en Roma en el 540, en el seno de una familia rica, noble, que se distinguía por su “fe cristiana y por sus servicios a la Sede Apostólica”.
El Pontífice recordó también que San Gregorio entró en la administración pública y “en el 572 llegó a ser Gobernador de Roma. Sin embargo, esta vida no le satisfizo y al poco tiempo decidió dejar este cargo civil y se retiró a su casa para iniciar la vida monacal”. De este modo, “adquirió un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia, del que se sirvió después en sus obras”.
Debido a su experiencia y a sus cualidades,el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió como su embajador a Constantinopla, “con el fin de superar los últimos residuos de la controversia monofisita y sobre todo obtener el apoyo del emperador para contener la presión de los longobardos”. Tras varios años, “el Pontífice lo llamó a Roma y lo nombró su secretario”. Cuando Pelagio II murió, Gregorio le sucedió en la Sede de San Pedro. Era el año 590″.
El Santo Padre señaló que del pontificado de Gregorio “se conserva una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas, unas 800“.
“Entre los problemas que afligían en aquel tiempo Italia y Roma había uno de particular relieve, tanto en ámbito civil como eclesial: la cuestión de los longobardos”. Para afrontarla, “estableció con ellos relaciones de fraternidad en vista de una paz futura fundada en el respeto recíproco y en la convivencia serena entre italianos, imperiales y longobardos”.
Tras afirmar que la negociación con el rey longobardo Agilulfo “desembocó en un período de tregua que duró unos tres años (598-601), después de los cuales fue posible estipular en el 603 un armisticio más estable”, el Papa resaltó que esto se debió también “gracias a los contactos paralelos que mantenía Gregorio con la reina Teodolinda, que era bávara y católica”.
Ella “consiguió conducir poco a poco al rey al catolicismo, preparando así el camino a la paz. La historia de esta reina constituye -aseguró- un bonito testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia“.
“San Gregorio -continuó- también fue un activo protagonista de una variada actividad social. Con las rentas del patrimonio conspicuo que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó grano, socorrió a los necesitados, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos hechos prisioneros por los longobardos, compró armisticios y treguas”.
El Papa puso de relieve que “San Gregorio desarrolló esta intensa actividad a pesar de su precaria salud, que le obligaba a menudo a guardar cama“. “No obstante las condiciones dificilísimas en las que tuvo que actuar, logró conquistar, gracias a la santidad de la vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, consiguiendo para su tiempo y para el futuro resultados realmente grandiosos”.
“Era un hombre inmerso en Dios: en el fondo de su alma estaba siempre vivo el deseo de Dios, y precisamente por eso estaba siempre muy cercano al prójimo, a las necesidades de la gente de su tiempo. En un tiempo desastroso, es más, sin esperanza, supo crear paz y dar esperanza“.
“Este hombre de Dios nos muestra dónde están las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la verdadera esperanza y de este modo es una guía también hoy para nosotros”., concluyó el Papa.
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Segunda intervención de Benedicto XVI en la que presentó la figura de San Gregorio Magno (II)
“la humildad es la medida de la grandeza “
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 4 junio 2008
El Papa Benedicto XVI retomó en la audiencia general de los miércoles la catequesis sobre San Gregorio Magno, a través de quien se confirma que la humildad es la medida de la grandeza.
El Pontífice se centró esta vez en la doctrina de este Papa y Doctor de la Iglesia, recordó que en sus numerosas obras, San Gregorio “no se muestra nunca preocupado por trazar una doctrina ‘suya’: prefiere hacerse eco de la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el camino que es necesario recorrer para llegar a Dios”.
El autor de las “Homilías sobre los Evangelios”, cree que el cristiano cuando lee las Escrituras “no debe conseguir solamente conocimientos teóricos, sino más bien el alimento cotidiano para su alma” e “insiste con fuerza en esta función del texto sacro: acercarse a la Escritura simplemente para satisfacer el deseo de conocimiento significa ceder a la tentación del orgullo“.
“La humildad intelectual es la primera regla para quienes quieren penetrar en las realidades sobrenaturales partiendo de los libros sagrados. Por otra parte, cuando se trata de la Palabra de Dios, comprender no es nada, si la comprensión no lleva a la acción”, indicó.
En el “Comentario moral a Job”, siguiendo la tradición patrística, San Gregorio Magno “examina el texto sacro con un triple enfoque: literal, alegórico y moral. El ideal moral consiste siempre en realizar una armoniosa integración entre palabra y acción, pensamiento y compromiso, oración y dedicación a los propios deberes. Ese gran Papa traza para el creyente un proyecto completo de vida, que constituirá durante la Edad Media una Summa de la moral cristiana”.
En su texto más conocido, la “Regla Pastoral”, San Gregorio “se propone delinear la figura del obispo ideal, maestro y guía de su rebaño. El obispo es ante todo “el predicador” por excelencia y como tal debe ser ante todo un ejemplo para los demás” y recuerda que “para una acción pastoral eficaz es necesario que conozca a los destinatarios y adapte sus intervenciones a la situación de cada uno”.
Además, “insiste en el deber que tiene el Pastor de reconocer su propia miseria, para que el orgullo no haga vano, ante los ojos del Juez Supremo, el bien cumplido”.
“Todas estas preciosas indicaciones -explicó el Papa- demuestran el elevado concepto que San Gregorio tiene del cuidado de las almas, que define “el arte de las artes”.
En el diseño teológico que Gregorio desarrolla en sus obras, pasado, presente y futuro son relativos. Lo que más le importa es el arco completo de la historia de la salvación que sigue su curso entre los oscuros meandros del tiempo. Para él, los guías de las comunidades cristianas deben comprometerse a examinar los eventos a la luz de la Palabra de Dios”, indicó.
Benedicto XVI recordó que en las relaciones que el Papa Gregorio “cultivó con los patriarcas de Antioquía, Alejandría y Constantinopla reconoció y respetó siempre sus derechos, evitando cualquier interferencia que limitase su autonomía legítima” y “si en su situación histórica se opuso al título de Patriarca Ecuménico para el Patriarca de Constantinopla lo hizo porque se preocupaba de la unidad fraternal de la Iglesia universal y, sobre todo, por su convicción profunda de que la humildad era la virtud fundamental de todo obispo y más aún deun patriarca”.
“En su corazón -recalcó el Santo Padre-, Gregorio siguió siendo siempre un simple monje y por eso fue contrario a los grandes títulos. Quería ser el “servus servorum Dei” (el siervo de los siervos de Dios). Profundamente conmovido por la humildad de Dios que en Cristo se hizo siervo nuestro, estaba convencido de que un obispo debía imitar esa humildad”.
Aunque el deseo de San Gregorio hubiera sido el de “vivir como un monje en permanente coloquio con la Palabra de Dios, por amor suyo se hizo servidor de todos en un tiempo lleno de tribulaciones y sufrimientos: siervo de los siervos. Por eso fue “Grande” y nos enseña cuál es la medida de la verdadera grandeza”, concluyó.
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