Nuestra Señora de la Luz es el nombre que se le da a una pintura de la Virgen María con el Niño Jesús. La Virgen viste una túnica blanca, sobre su cabeza y sus hombros cae un fino manto azul. Por encima de la Virgen unos serafines sostienen en el aire una corona imperial. Nubes de ángeles y serafines escoltan a la Señora emulándose en servirla. María sustenta en su brazo izquierdo al Niño Jesús, quien lleva en la mano derecha un corazón encendido, al tiempo que con la izquierda toma otro de una canasta llena de corazones que le ofrece un ángel puesto de rodillas. La Virgen toma la mano de un joven que representa un alma en peligro de perderse, acechada por las fauces del infierno.
La historia cuenta que esta imagen se pintó por el mismo encargo de la Santísima Virgen María. En Palermo, Sicilia (Italia), en el año 1722, una mujer recibió una visión de la Reina del Cielo y allí la Virgen le describió cómo tendría que ser la imagen. Con la ayuda del sacerdote jesuita Juan Antonio Genovesi se logró realizar la pintura. Todo eso sucedió en la pequeña Iglesia de San Estanislao Kotska, en la sede del noviciado de los jesuitas en Palermo y la Virgen dispuso que se le invocara con el amable título de “María Madre Santísima de la Luz” y aseguró que colmaría de favores a cuantos la honrasen e invocasen bajo tan dulce nombre.
En 1732 los sacerdotes jesuitas decidieron mudar el cuadro con la imagen de la Virgen de la Luz, y el destino elegido fue la ciudad de León, en México, lugar donde hace poco los jesuitas se habían instalado para realizar su misión.
La devoción a María Madre de la Luz creció y se difundió en el pueblo mexicano, por ello el 23 de mayo de 1849 la Madre de la Luz fue proclamada patrona de la ciudad de León, y en 1872 fue nombrada patrona de la diócesis de León. En la actualidad la imagen se encuentra en la iglesia Catedral de León.
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