22 de abril
(† 296)
La memoria del papa San Cayo (283-296) va unida generalmente en la tradición a la de San Sotero, y por lo mismo se celebra el mismo día. Sin embargo, sus vidas no tienen de común más que el hecho de ser ambos obispos de Roma. La tumba de San Cayo es, ciertamente, una de las más veneradas en la catacumba de San Calixto de Roma.
Mas, por otra parte, su recuerdo está rodeado de multitud de tradiciones y leyendas que impiden tener una idea clara y segura sobre su vida y su verdadera actuación durante su pontificado.
Algunos documentos antiguos atestiguan que Cayo era originario de Dalmacia. Por otra parte, se le supone pariente de Diocleciano y de los Santos Gabino y Susana. Por esto esa misma tradición afirma que vivía en Roma en una casa contigua a la de Gabino y Susana. De esta misma tradición o leyenda se hace eco el llamado Titulus Suzannae, en Roma, que ha llevado siempre el subtítulo de ad duas domos (junto a las dos casas).
Algunas de estas leyendas o tradiciones fueron transmitidas por las Actas de Santa Susana, y sobre estas Actas, según parece, están fundadas las noticias que nos transmite el Liber Pontificalis. Así, pues, no podemos tener ninguna seguridad sobre el origen de San Cayo y demás circunstancias indicadas.
En terreno seguro entramos con la noticia de la elección de Cayo en 283 para suceder en la Sede Romana al papa San Eutiquiano. Además consta que, transcurrida la persecución de Valeriano, la Iglesia atravesaba entonces un período bonancible. Gracias a esta paz, de que gozó el cristianismo durante casi todo el siglo III, sólo interrumpida por los breves chispazos de algunas persecuciones, se había ido robusteciendo extraordinariamente, y a fines del siglo III constituía ya una fuerza arrolladora, imposible de dominar. De esta paz se aprovechó el Romano Pontífice San Cayo para fomentar todas las instituciones de la Iglesia. Bajo su protección se desarrollaron las dos escuelas de Oriente, la de Alejandría y la de Antioquía, que por este tiempo habían llegado a un notable esplendor. Asimismo las Iglesias del Africa, después de San Cipriano († 258), de las Galias y de España, que presenta figuras de primer orden y celebra poco después el concilio de Elvira.
En realidad, aunque tenemos pocas noticias concretas, podemos afirmar que los trece años de pontificado de San Cayo fueron tranquilos y prósperos para la Iglesia. Una noticia, sin embargo, se nos comunica, que da a entender que, no obstante esta paz general, debió haber algún chispazo o conato de persecución. Porque, de hecho, sabemos que Cayo pasó algún tiempo escondido en la catacumba de San Calixto. Precisamente entonces se encontraba esta catacumba en su mayor esplendor. Después de los trabajos realizados en ella por el papa San Calixto, quedó ésta convertida en uno de los lugares más venerados de los cristianos. La cripta de los papas y la contigua de Santa Cecilia, los cubículos de los sacramentos y las antiguas criptas de Lucina, Liberio y Eusebio ofrecían a los cristianos los más vivos y palpitantes recuerdos. Por eso, ante los sepulcros de los papas y de los mártires, se reunían para celebrar los aniversarios de sus martirios y tal vez alguna de sus solemnidades litúrgicas. De este modo, con la lectura de las Actas o Pasiones de los mártires, que era la manera más corriente de celebrar sus aniversarios, se alentaban sus espíritus, para las batallas que ellos mismos tenían que sostener. Allí, pues, en el interior de la catacumba de San Calixto, atestiguan antiguos documentos, pasó escondido algún tiempo el papa Cayo, sea porque amenazara alguna persecución, sea porque sintiera especial devoción en permanecer al lado de los mártires. Esto último pudo tener lugar, o bien al principio de su pontificado, en que el emperador Caro (282-283) inició una especie de persecución, o bien al principio del gobierno de Diocleciano, en que se siguió todavía algún tiempo en este estado de inseguridad.
Sobre esta base también de la persecución, iniciada por Caro en 283 y continuada algún tiempo con más o menos intensidad durante los años siguientes, adquieren especial consistencia los testimonios de la tradición, que nos presentan a San Cayo como el sostén más firme y el alentador de los cristianos, amenazados constantemente por la espada de la persecución. Según estos mismos documentos, tuvo que sufrir mucho en su constante trabajo de confirmar a los fieles en la defensa de su fe. En particular ponderan cómo aconsejó e indujo al patricio Cromacio para que acogiera a todos los cristianos en su casa de campo con el fin de protegerlos contra la persecución. Se refiere que un domingo entró él en la casa de Cromacio y dijo a los fieles allí reunidos: “Dios Nuestro Señor, conociendo la debilidad humana, ha establecido dos grados entre los que creen en Él: la confesión y el martirio, para que los que no se crean con fuerzas para poder sufrir los rigores de los tormentos al menos conserven la gracia para su confesión. Así, pues —continuó—, los que prefieran permanecer en la casa de Cromacio queden aquí con Tiburcio, y los que quieran venir conmigo a la ciudad síganme.
Con esta ocasión, según se refiere, ordenó diáconos a Marco y Marcelino, y presbítero a su padre Tranquilino; entonces nombró a Sebastián defensor de la Iglesia y de los fieles y dio pruebas de la mayor ternura hacia todos ellos. El Liber Pontificalis, por su parte, atribuye a San Cayo el decreto por el que establecía los diversos grados de la jerarquía anteriores al episcopado, es decir, de ostiario, lector, acólito, exorcista, subdiácono, diácono y presbítero, y asimismo la división de Roma en distritos. Sin embargo, no pueden admitirse estas noticias, pues ya en 250, según atestigua Eusebio en su Historia Eclesiástica (VI, c. 43), son enumerados todos estos grados de la jerarquía. Tal vez no hizo él otra cosa que conmemorarlos de nuevo expresamente.
Respecto de su muerte, no se sabe con certeza si fue mártir. Consta con toda evidencia que, después de su muerte, su memoria fue rodeada de gran veneración. Pero la primera redacción del Liber Pontificalis le designa expresamente como confesor. Posteriormente, en una nueva redacción, se añadió la expresión fue coronado con el martirio; pero esto no está conforme con los hechos. Además, el nombre del papa San Cayo está en la Deposición de los obispos, o Catálogo de los obispos, y no en la Deposición de los mártires. Para explicar estas divergencias el cardenal Orsi escribió: “El título de mártir no parece que se le pueda aplicar a Cayo, sino a causa de los malos tratos sufridos por él en los primeros años de Diocleciano, cuando este emperador permitió continuara en Roma la persecución iniciada por Caro”.
De hecho, a partir del siglo IV, todos los calendarios romanos señalan el 22 de abril como el día de su muerte y de su fiesta. Lo mismo repiten los calendarios medievales y Beda el Venerable.
BERNARDINO LLORCA, S. I.
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