Gracias a la peregrina Egeria, sabemos que en la segunda mitad del siglo IV se celebraba una liturgia durante el Jueves Santo «en el lugar donde rezó el Señor», y que allí había «una iglesia elegante» (Itinerarium Egeriae, XXXVI, 1 (CCL 175, 79).
Los fieles entraban en el templo, oraban, cantaban himnos y escuchaban los relatos evangélicos sobre la agonía de Jesús en el huerto. Después, en procesión, se dirigían a otro sitio de Getsemaní donde se recordaba el prendimiento (Cfr. Ibid., 2-3 (CCL 175, 79-80).
La basílica de Agonía se llama también de Todas las Naciones porque 16 países sufragaron su construcción.
Siguiendo esta tradición y otras igualmente antiguas, en la actualidad se veneran tres lugares relacionados con los acontecimientos de aquella noche: la roca sobre la que oró el Señor, un jardín que custodia ocho olivos milenarios con algunos de sus retoños, y la gruta donde se habría producido el prendimiento.
Apenas unas decenas de metros los separan, en la zona más baja del monte de los Olivos, casi en el fondo del Cedrón, en medio de un paisaje muy sugestivo: este torrente, como la mayoría de los wadis palestinos, es un valle seco y recibe agua solo con las lluvias de invierno; la falda del monte, al contrario que la cima, está poco habitada, porque grandes extensiones del terreno se han destinado a cementerios; abundan los olivares, dispuestos en terrazas, y también los cipreses, en los bordes de los caminos.
La basílica de la Agonía
La roca sobre la que, según la tradición, rezó el Señor se encuentra en el interior de la basílica de la Agonía o de Todas las Naciones. Recibe este nombre porque dieciséis países colaboraron en su construcción, llevada a cabo entre 1922 y 1924. Sigue la planta de la iglesia bizantina, de la que poco más que los cimientos ha llegado hasta nosotros, pues un incendio la destruyó, posiblemente antes del siglo VII.
En el centro de la basílica de la Agonía se venera la roca donde se habría postrado el Señor en oración.
Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.
Medía 25 por 16 metros, tenía tres naves y tres ábsides, y disponía de pavimentos adornados con mosaicos; algunos fragmentos de estos se conservan, protegidos por vidrios, junto a los actuales. Al edificar el santuario moderno, también se hallaron vestigios de otro de época medieval.
Fue erigido por los cruzados en el mismo lugar que la basílica primitiva, pero de un tamaño mayor y con una orientación diversa, hacia el sudeste, lo que hace pensar que no advirtieron los restos precedentes. Quedó abandonado tras la toma de Jerusalén por Saladino.
Desde el Cedrón, destaca el amplio atrio de la basílica, con tres arcos sostenidos por pilastras y columnas adosadas. La fachada está rematada con un frontón. En el tímpano, decorado con mosaico, se representa a Cristo como Mediador entre Dios y la humanidad.
Los días soleados, la luminosidad en el exterior contrasta con la penumbra del interior: las ventanas filtran la luz con tonos azulados, lilas y violetas, que recuerdan las horas de agonía de Jesús y disponen al peregrino al silencio, el recogimiento y la contemplación. Las doce cúpulas, sostenidas en el centro de la iglesia por seis esbeltas columnas, refuerzan esta sensación por medio de unos mosaicos que sugieren el cielo estrellado.
En el presbiterio, delante del altar, sobresale del pavimento la roca venerada. La rodea una artística corona de espinas. Detrás, en el ábside central, está representada la agonía de Jesús en el huerto; en los laterales, también en mosaico, figuran la traición de Judas y el prendimiento.
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