San Jerónimo, nacido alrededor del 347, “puso en el centro de su vida la Biblia: la tradujo en lengua latina, la comentó en sus obras y sobre todo se comprometió a vivirla concretamente en su existencia terrena“
Primera intervención de Benedicto XVI
“Dios habla a cada uno en la Sagrada Escritura”
San Jerónimo nos enseña a «amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura».
CIUDAD DEL VATICANO, 7 NOV 2007
Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles a San Jerónimo. La audiencia se celebró en la Plaza de San Pedro y contó con la presencia de 40.000 personas.
San Jerónimo, nacido alrededor del 347, “puso en el centro de su vida la Biblia: la tradujo en lengua latina, la comentó en sus obras y sobre todo se comprometió a vivirla concretamente en su existencia terrena“, explicó el Papa.
Este Padre de la Iglesia, de familia cristiana, “recibió en Roma una esmerada formación (…) y una vez bautizado (…) se orientó hacia la vida ascética (…) y partió para Oriente, viviendocomo eremita en el desierto. Perfeccionó el griego, (…) estudió el hebreo y transcribió códices y obras patrísticas” y “la meditación, la soledad y el contacto con la Palabra de Dios hicieron madurar su sensibilidad cristiana”.
De vuelta a Roma, el Papa Dámaso lo tomó como secretario y consejero. Muerto el pontífice, Jerónimo peregrinó a Tierra Santa y Egipto y se asentó en Belén, donde permaneció hasta su muerte (419/420) “desarrollando siempre una intensa actividad”.
En Belén, San Jerónimo “comentó la Palabra de Dios, defendió la fe oponiéndose con vigor a diversas herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó la cultura clásica y cristiana a sus jóvenes alumnos y acogió con solicitud pastoral a los peregrinos que visitaban la Tierra Santa”.
“Su preparación literaria y su vasta erudición -dijo el Santo Padre- le permitieron la revisión y traducción de muchos textos bíblicos: una tarea preciosa para la Iglesia latina y para la cultura occidental”.
Recordando que la gran aportación del santo es “la llamada Vulgata: el texto oficial de la Iglesia latina, reconocido como tal en el Concilio de Trento”, el Papa comentó los criterios elegidos por Jerónimo para la traducción, como el de “respetar incluso el orden de las palabras en las Sagradas Escrituras“, porque en ellas hasta ese orden, como escribe Jerónimo, “es un misterio”, es decir, “una revelación“.
Jerónimo reafirma también “la necesidad de recurrir a los textos originales: (…) el griego para el Nuevo Pacto” y “el hebreo” para el Antiguo Testamento. “Así -explica el santo- todo lo que surge de la fuente lo podemos encontrar en los arroyos”.
Para él además, observó el Santo Padre, los comentarios de los textos “deben ofrecer diversas opiniones para que “el lector, (…) después de haber leído las diversas explicaciones, (…) juzgue cual es la más fiable”.
El autor de la Vulgata “confutó con energía y vivacidad a los herejes que contestaban la tradición y la fe de la Iglesia” y “demostró la importancia y la validez de la literatura cristiana, digna de confrontarse con la clásica, transformada en una verdadera cultura cristiana”.
“De Jerónimo debemos aprender a amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura porque ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, dijo el Papa. Por eso, es importante “vivir en contacto y en diálogo vivo” con ella.
“Este diálogo -explicó- debe tener dos dimensiones. Por una parte, debe ser un diálogo realmente personal (…) porque Dios tiene un mensaje para cada uno de nosotros. Debemos leer las Escrituras no como palabras del pasado sino como palabra de Dios que habla también conmigo y tratar de entender qué me dice el Señor“.
Ahora bien, “para no caer en el individualismo debemos tener presente que la Palabra de Dios se nos da para construir comunión para unirnos en esta verdad, en este camino. (…) La Palabra de Dios, aunque sea siempre personal, es siempre una palabra que construye (…) Iglesia. Por eso, debemos leerla siempre en comunión con la Iglesia viva. El lugar privilegiado de la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia“.
“La palabra de Dios trasciende el tiempo -concluyó el pontífice-. Las opiniones humanas van y vienen. (…) La Palabra de Dios es palabra de vida eterna. Lleva en sí la eternidad, lo que es válido para siempre“.
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