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Un gran profeta (TOC10)


Con frecuencia asistimos al funeral de una persona que nos ha sido especialmente querida. En nuestros días el ambiente del duelo familiar parece haber sido desdramatizado radicalmente. Pero aún así, comprendemos que muchas veces no tenemos una palabra significativa para dirigirnos a los familiares del difunto.

Según la primera lectura que se proclama hoy en la liturgia, el profeta Elías se encuentra en la casa de la viuda de Sarepta en un momento dramático para ella (1 Re 17, 17-24). A pesar de su pobreza, aquella viuda había acogido al profeta. Ante la muerte de su hijo, le acusa de haber llegado como testigo del pecado y causante de la muerte.

Sin embargo, el profeta se tiende sobre el niño muerto, como para identificarse con él, invoca a Dios y Dios le devuelve la vida. Al recibirlo de manos de Elías, la madre pronuncia una frase que es una confesión de fe: “Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”.

El relato nos ofrece muchas sugerencias. En primer lugar resume la misión del profeta, que anuncia la palabra de Dios y da la vida. Además, subraya la protección de Dios sobre su enviado. Y finalmente nos sugiere que la misión del profeta sólo logra su efecto por la acción con que Dios garantiza el valor del mensaje.

LA PALABRA DE VIDA

Ya al comienzo del evangelio de Lucas, al llegar a su aldea de Nazaret, Jesús había comparado su con la del profeta Elías (Lc 4, 25-26). Hoy la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por parte de Elías, preludia la resurrección del hijo de la viuda de Naím por parte de Jesús (Lc 7, 11-17). Hay en este relato algunos detalles muy significativos.

- En primer lugar, la aglomeración de la gente. Un gran gentío acompaña el cadáver del joven. Y otro gran gentío acompaña a Jesús de Nazaret. Ambos se encuentran a las puertas de la ciudad. Es toda una metáfora de la sociedad. En los lugares más concurridos se cruzan la desesperanza y la esperanza, el silencio humano y la palabra divina.

- Además, el texto subraya los gestos de Jesús. Al ver a la madre viuda del joven muerto, a Jesús se le conmovieron las entrañas, como al buen samaritano y al padre del hijo pródigo. Dirige una palabra de consuelo a la madre y otra de autoridad al muerto. Y se atreve a tocar el ataúd, contra las prescripciones de la Ley.

- Finalmente el joven muerto es entregado vivo a su madre. El cortejo de los que llegan del campo trae la vida al cortejo de los que salen de la ciudad. Todo el relato tiende a hacernos comprender que Jesús es el Señor de la vida.

EL ECO DE LA ALABANZA

Por otra parte, el relato evangélico nos indica que en Jesús se encuentran los dos cortejos: el de la muerte y el de la vida. El asombro los une a todos. Todos, sobrecogidos, dan gloria a Dios, diciendo

• “Un gran profeta ha surgido entre nosotros”. Esa frase es muy significante en aquel momento. Las gentes de Israel esperaban la aparición de un profeta al llegar los tiempos mesiánicos. Las comunidades cristianas primitivas reconocen en Jesús al profeta anunciado en el Deuteronomio (Deut 18, 18). Pero Jesús es más que cualquiera de los antiguos profetas. El profeta transmite la palabra de Dios. Jesús es la misma Palabra de Dios.

• “Dios ha visitado a su pueblo”. Los antiguos profetas habían anunciado la visita de Dios a su pueblo. Con esas mismas palabras acogía Zacarías el nacimiento de su hijo y bendecía al Señor (Lc 1,68). Ahora el evangelista pone en boca de la multitud el reconocimiento de la manifestación de Dios en Jesús de Nazaret.
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El Hermano Asno

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