“Nosotros somos como enanos aupados a hombros de gigantes”. Así reza un antiguo adagio atribuido a Bernardo de Chartres (s. XII) por su discípulo Juan de Salisbury. Si algo podemos ver en el horizonte, es porque nos apoyamos en la experiencia y en la sabiduría de los que han ido antes que nosotros por ese camino.
La pretensión de una total autonomía sólo provoca el ridículo. En contra de lo que se suele pregonar, nadie se ha hecho a sí mismo. Y nadie puede encontrar por sí solo el camino que conduce a la verdad. Necesitamos maestros. Lo queramos o no, somos deudores del amor que otros han profesado a la verdad, la bondad o la belleza.
El profeta Elías había caminado como impulsado por el fuego del Dios único. Pero tenía que elegir a un discípulo. Encontró a Eliseo arando con doce yuntas en fila, pasó a su lado y le echó encima su manto. Era un gesto bastante claro. Después de celebrar una fiesta para despedirse de sus padres Eliseo siguió a Elías y se puso a su servicio (1 Re 19, 16-21).
LOS VIOLENTOS
El evangelio que hoy se proclama nos presenta a Jesús recorriendo las mismas tierras que había pisado el profeta Elías. Caminando de Galilea a Judea, ha de alojarse en una aldea de Samaría. Pero se encuentra con la rivalidad regional y religiosa de un pueblo hostil. Las gentes de allí no le recibieron, porque se dirigía a Jerusalén (Lc 9, 51-62).
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, reaccionan de una forma brusca y altanera: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” Haríamos mal en escandalizarnos fácilmente de esta intolerancia. Sería mejor reflexionar sobre ella.
En primer lugar, los discípulos no han asimilado todavía la mansedumbre del Maestro, al que van siguiendo por el camino. Si de verdad lo admiran, ¿por qué le atribuyen unas intenciones de venganza que ellos proyectan sobre él?
Además, presumen con arrogancia de unos poderes que ellos no poseen. ¿Cómo se atreven a imaginar que pueden controlar las fuerzas de los cielos ellos que no son capaces de controlar sus propios sentimientos?
Finalmente, no han entendido que en el mensaje del Profeta y Maestro, que les ha llamado al seguimiento, el Reino de Dios no se impone por la violencia. ¿O es que piensan que al rechazo se puede responder con la revancha?
LOS ASPIRANTES
A los discípulos que ya siguen a Jesús, aunque no han aprendido su lección, el relato evangélico continúa presentando otros tres aspirantes al discipulado.
• El primero de ellos promete seguir a Jesús dondequiera que vaya. Jesús le revela el camino de la pobreza. Él mismo no tiene dónde reclinar la cabeza.
• El segundo escucha la llamada de Jesús, pero desea ir primero a enterrar a su padre. Jesús no ignora el peso del duelo, pero subraya la fidelidad al Reino de Dios.
• El tercero pretende seguir a Jesús, pero desea despedirse de los suyos. Jesús no desprecia la familia, pero le recuerda que el seguimiento exige decisión y radicalidad.
En la basílica romana de Santa María la Mayor, el Papa Francisco ha dicho que en un mundo de la provisionalidad, la fe nos exige opciones definitivas. La pobreza, la fidelidad al Reino de Dios y la radicalidad del seguimiento caracterizan a los discípulos del Maestro.
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